Llevaba aquella noche un saco negro, corbata elegante que aprieta muy bien el cuello muy ceñida a la fina camisa blanca que se había comprado hace algunos días, un pantalón que luce casi nuevo, zapatos perfectamente lustrados que, a pesar de la tenue luz de la noche en la calle silente, pueden verse brillantes de lejos; un sombrero de copa no tan alto, un bastón marrón de madera muy fina, el caminar con garbo, la elegancia era su principal característica, sin embargo, caballero como solo él, afrontaba con hidalguía la mustia infinita a la que el desamor lo había condenado.
Camilo de la Borda y Sánche
z Vizcardo lucía su andar esta vez algo cancino a lo largo de la calle atiborrada de mujeres casquivanas que buscan algo de dinero a cambio de placer. Volvía a sus putas cuando tenía algún problema que lo apenaba infinitamente, no cuando algo lo preocupaba sino cuando algo lo ponía muy triste, era la excusa perfecta para ir en busca del amor frustrado que lo mantendría vivo por algunas horas de una noche de frenesí en la que, entre el humo y algún vals, intentaba olvidarse de toda la aversión que sentía hacia el mundo y el hastío que tenía hacia las mujeres, cansado de sus jugarretas infames y canalladas de mala sangre.
-Don Camilo, después de tiempo por aquí.
-Ya va la mala vida acechándome, me tira para abajo.
-Véngase conmigo, yo sé cómo relajarlo, no se ponga tenso, olvídese de todo.
-Como si fuera tan fácil, al menos lo intentaré por esta noche y mire que el cielo es benevolente y muestra el reflejo claro de la luna, romántico ¿no cree?...
-Usted siempre tan ocurrente, don Camilo. Felizmente la guardia esta noche no nos ha caído, la noche está fría, quizás eso lo ha espantado un poco.
-Sí que soy suertudo, por cierto, está usted guapísima.
-Siempre tan galante, don Camilo.
La calle tenía sendas puertas pequeñas que se enfilaban mostrando unas luces que hacían más llamativo el lugar y contrastaba con el extraño cielo invernal de aquella noche, en las esquinas, las guitarras y las voces melancólicas se dejaban oír, el olor del licor presente era el de pisco, puro, seco y volteado, como tragando la pena con todo el ardor que produce en la garganta un buen sorbo. En medio, señoritas con poca ropa invitaban a algunos caballeros que a pesar del desenfreno en el que la noche podía caer, sus atavíos y prendas se mantenían en su lugar, como los señores que eran, caminando y observando, sigilosamente para ver cuál era la compañera de turno aquella noche.
Aquella noche aciaga del corazón para Camilo, el licor en esa habitación lo hizo un poco más feliz. La bella señorita que lo acompañaba sabía que siempre frecuentaba aquella calle cuando algún mal de amor lo apenaba, y entonces era su fiel compañera por algunas noches, lo llenaba de palabras de amor que necesitaba oir. Sin embargo, esa noche fue distinta, no había sido unicamente una simple decepción, tenía que ser algo mucho más fuerte, algo que lo mueva a tomar con tanta ira, que haga no importarle lo que podía suceder después, muy a pesar de su prudencia y de sus correctos modales de 'dandy' que tenía.
-Algo le ha pasado, algo muy fuerte don Camilo...dígame por favor y ya deje el trago un momento.
-Déjeme, déjeme Princesa, necesito de esta medicina y necesito aún más de usted esta noche. Prenda la radiola, hágalo y póngame ese disco, ese que usted sabe que me gusta tanto...
-La de el amor lejano, ese amor que no está.
-Esa canción hoy no...
-¿Entonces?
-La de una mujer cruel, inefable, avara...(llevó el vasito lleno de pisco hacia su boca y lo sorbió todo casi sin respirar, mientras cerraba los ojos muy fuerte, las lágrimas salieron) que se ha llevado todo de mí.
-Una mala mujer, ¿no es así, don Camilo?
-Una mala hembra que me ha dejado arruinado, arruinado Princesa.
Camilo dejó caer su saco e inmediatamente Princesa lo recogió, lo acomodó encima de un perchero donde también dejó el sombrero y el bastón, lo miró fijamente a los ojos y empezó a besarlo suavemente, sin prisa, como deteniendo cada momento para que sea eterno, para que Camilo no tenga que pensar más en el mañana. Se sacó lentamente el vestido usado pero elegante que tenía, dejó lucir su perfecta anatomía: senos rosados, redondos y grandes, el vientre plano y un cabello ondulado que le caía por encima del hombro. Así, con el sexo descubierto se acercó entonces otra vez donde Camilo, le quitó la correa que sujetaba el fino pantalón que traía y ambos se entregaron al placer máximo de la noche, a ese placer que puede vencer incluso al recuerdo más aciago, al fin y al cabo el placer es solo la prolongación de nuestros deseos frustrados por algúna desventura ocasional y se convierte en la expresión de lo que no podemos canalizar con palabras, todo se consume en el cuerpo del otro.
-Si en el ministerio se enteran de que estuve aquí otra vez, el país se quedará sin representante de relaciones exteriores.
-Eso ahora no importa, quítese por un momento su cargo y su vida política de la cabeza, está aquí, conmigo y no importa nada más.
-En breve va a amanecer, he excedido el tiempo, no importa, es usted la compañía perfecta, lástima que no solo sea la mía...por el dinero no se preocupe.
-Hoy no me interesa el dinero, don Camilo.
-¿Cómo dice?
-No me interesa, me importa usted y terminar esta vida de una buena vez.
-¿Se quiere matar? mida sus palabras y no me asuste, ya bastante tengo con todo esto.
-No, don Camilo, eso jamás. Me refiero a que quiero salir de este mundo, de recibir hombres diferentes cada noche, de respirar fragancias distintas, de besar labios extraños, de mostrar mi sexo a todos y que nadie lo aprecie, sino que lo usen como un juguete y que luego me paguen por eso, me siento mal.
-Es usted una persona sabia, mi amada Princesa, ¿y sabe? usted no tiene la culpa de estar aquí, solo le falta esa motivación para salir, para ver las cosas diferente.
-Usted me da esa motivación cada vez que viene, me hace sentir segura, viva.
-Por eso siempre vuelvo a usted, es recíproco entonces.
-Quédese, sáqueme de aquí, debemos irnos lejos, en usted he redescubierto mi sino, mi vida misma.
-¿Me lo está proponiendo en serio?
-En mi vida hablé más en serio.
-Tendría que renunciar al ministerio, sabe usted cómo es el presidente Bustamante y Rivero con estas cosas, mi imagen se vería afectada, el país depende...
-El país no depende del ministerio de relaciones exteriores, ¿qué no lo entiende?, sé que me ama en secreto y por eso me busca, sé que me desea con demencia, el Perú no se va a acabar porque Bustamante se quede sin ministro...además, ya lo están cocinando, lo debe saber, el general Odría.
-¿De qué me está hablando?
-Se olvida el señor ministro que yo soy la puta de los más altos militares, que todos vienen a contarme sus porquerías y sus enredos amorosos y políticos. A Bustamante lo están acorralando, no le queda mucho, el golpe es inminente y el propio ministro Odría estaría a cargo, van a pedir la persecución de la cúpula aprista, es un plan casi infalible porque Bustamante se va a negar.
-Eso quiere decir que...
-No le queda mucho tiempo, ministro. Vámonos, dejemos todo esto, olvidémonos, vayámonos a otro lugar donde podamos volver a vivir, no piense más en política, además, la relación entre el Apra y el Frente Democrático es casi insalvable, vámonos por favor...
-En el devenir del tiempo se manifiesta la hidalguía para asumir las consecuencias de nuestros actos, es menester que esté donde tenga que estar, es un compromiso ético.
-El país jamás se lo va a reconocer, y se arrepentirá de no haberse ido junto a mí, reconsidere su decisión, sé que usted me quiere, que me necesita, que tiene una pena grande de amor que lo trajo hasta aquí, no vuelva a lo mismo.
-Es hora de marcharme, le ruego no haga más comentarios sobre el tema, debo salir ya mismo.
-Sabe dónde encontrarme, sabe que lo voy a estar esperando.
Cerró la puerta y salió raudamente hacia la avenida principal, en su mente se habían mezclado mil cosas que no entendía, el secreto de estado del posible golpe al gobierno de Bustamante y Rivero, la pésima noche anterior que tuvo producto de un desamor, la propuesta de la puta de la calle de los olvidados, la que lo dejó casi pasmado, atónito, con una incertidumbre propia de su grandeza intelectual, solo los grandes tienen grandes dudas frente a situaciones completamente adversas y las saben resolver.
Su mujer, doña Cristina de Jesús Arrunátegui Lingán, una dama de mundo, que participaba en cuanto evento social hubiese de la élite política en Lima, era su compañera y organizadora, se habían casado en una ostentosa boda a la que asistieron muchos personajes de la aristocracia limeña, entre ellos, el Presidentente Bustamante. Tiempo después, Camilo se enteraría de que su mujer le era infiel con él, no soportó más hasta que la echó de su casa con todas sus cosas y cortó todo tipo de relación amical con el presidente, solo quedaba el ámbito profesional, porque no podía dejar en el aire los destinos de la nación que se le habían conferido.
Tal vez era el momento de dejarlos así, tal vez no debía importar nada más, ya no tenía a prácticamente nadie, quizás no valía tanto la pena como para insistir en una suerte que parecía echada, tal vez la felicidad esté más cerca de lo que él creía, y no precisamente en las lides de la cordura, sino todo lo contrario, en las fauces de la demencia, en los surcos de la alucinación, en el secreto de la vida sin las formalidades banales de siempre.
Camilo de la Borda y Sánchez Vizcardo renunció al cargo de ministro de hacienda en agosto de 1948. A los dos meses, el golpe militar del general Odría se haría del poder y mandarían al exilio al presidente Bustamante. De aquella noche de copas y del puterío febril al que se entregó don Camilo, quedó la decisión más importante de su vida; una noche, buscó desesperadamente en la misma calle donde la dejó algún tiempo a la bella Princesa, al no encontrarla preguntó por ella en toda la cuadra, nadie le daba una razón exacta. Solo una persona, un militar que era su cliente habitual pero que pronto al volverla a buscar no la encontraría, fue su último amante, "se ha ido cantando ese vals, ese vals del amor lejano, distante, se ha ido llorando un amor que encontró por aquí, pero que nadie sabe quién es, hace ya un tiempo ha salido de la vida fácil, dijo que se iría lejos, yo lo dudo, no tiene dinero, siempre la vemos en el bar de Eleodoro, las noches de fin de semana, triste, muy triste..."
Se había enamorado y decidió dejar esa vida esperando por si volvía el príncipe que amó aquella noche y al que la política había consumido, incluso al punto de volverlo casi inhumano, de no perdonar la traición de su mujer Cristina y de su amigo, el propio presidente.
Volvió. La encontró una tarde de setiembre en el bar de Eleodoro, al fin pudo volver a besarla y perdonarla y perdonarse él también, ¿acaso el amor tiene algún límite?, ¿acaso el prejuicio puede más que el deseo de cambiar y de amar solo a la otra persona?, no encontró razón exacta y su prudencia hizo que tomara la decisión quizás no correcta, pero que lo hacía feliz, al fin su vida tuvo un sentido y fue realmente auténtica.
En medio de ese cielo gris, oscuro, incluso en primavera, partieron lejos a iniciar otra vida, esa que los señores y los 'dandys' no pueden volver a tener. No siempre lo que parece correcto es lo mejor, la felicidad no es una forma sino un estado cambiante, lo importante es saber como atesorar cada anhelo en las arcas infinitas del corazón.
Camilo de la Borda y Sánche

-Don Camilo, después de tiempo por aquí.
-Ya va la mala vida acechándome, me tira para abajo.
-Véngase conmigo, yo sé cómo relajarlo, no se ponga tenso, olvídese de todo.
-Como si fuera tan fácil, al menos lo intentaré por esta noche y mire que el cielo es benevolente y muestra el reflejo claro de la luna, romántico ¿no cree?...
-Usted siempre tan ocurrente, don Camilo. Felizmente la guardia esta noche no nos ha caído, la noche está fría, quizás eso lo ha espantado un poco.
-Sí que soy suertudo, por cierto, está usted guapísima.
-Siempre tan galante, don Camilo.
La calle tenía sendas puertas pequeñas que se enfilaban mostrando unas luces que hacían más llamativo el lugar y contrastaba con el extraño cielo invernal de aquella noche, en las esquinas, las guitarras y las voces melancólicas se dejaban oír, el olor del licor presente era el de pisco, puro, seco y volteado, como tragando la pena con todo el ardor que produce en la garganta un buen sorbo. En medio, señoritas con poca ropa invitaban a algunos caballeros que a pesar del desenfreno en el que la noche podía caer, sus atavíos y prendas se mantenían en su lugar, como los señores que eran, caminando y observando, sigilosamente para ver cuál era la compañera de turno aquella noche.
Aquella noche aciaga del corazón para Camilo, el licor en esa habitación lo hizo un poco más feliz. La bella señorita que lo acompañaba sabía que siempre frecuentaba aquella calle cuando algún mal de amor lo apenaba, y entonces era su fiel compañera por algunas noches, lo llenaba de palabras de amor que necesitaba oir. Sin embargo, esa noche fue distinta, no había sido unicamente una simple decepción, tenía que ser algo mucho más fuerte, algo que lo mueva a tomar con tanta ira, que haga no importarle lo que podía suceder después, muy a pesar de su prudencia y de sus correctos modales de 'dandy' que tenía.
-Algo le ha pasado, algo muy fuerte don Camilo...dígame por favor y ya deje el trago un momento.
-Déjeme, déjeme Princesa, necesito de esta medicina y necesito aún más de usted esta noche. Prenda la radiola, hágalo y póngame ese disco, ese que usted sabe que me gusta tanto...
-La de el amor lejano, ese amor que no está.
-Esa canción hoy no...
-¿Entonces?
-La de una mujer cruel, inefable, avara...(llevó el vasito lleno de pisco hacia su boca y lo sorbió todo casi sin respirar, mientras cerraba los ojos muy fuerte, las lágrimas salieron) que se ha llevado todo de mí.
-Una mala mujer, ¿no es así, don Camilo?
-Una mala hembra que me ha dejado arruinado, arruinado Princesa.
Camilo dejó caer su saco e inmediatamente Princesa lo recogió, lo acomodó encima de un perchero donde también dejó el sombrero y el bastón, lo miró fijamente a los ojos y empezó a besarlo suavemente, sin prisa, como deteniendo cada momento para que sea eterno, para que Camilo no tenga que pensar más en el mañana. Se sacó lentamente el vestido usado pero elegante que tenía, dejó lucir su perfecta anatomía: senos rosados, redondos y grandes, el vientre plano y un cabello ondulado que le caía por encima del hombro. Así, con el sexo descubierto se acercó entonces otra vez donde Camilo, le quitó la correa que sujetaba el fino pantalón que traía y ambos se entregaron al placer máximo de la noche, a ese placer que puede vencer incluso al recuerdo más aciago, al fin y al cabo el placer es solo la prolongación de nuestros deseos frustrados por algúna desventura ocasional y se convierte en la expresión de lo que no podemos canalizar con palabras, todo se consume en el cuerpo del otro.
-Si en el ministerio se enteran de que estuve aquí otra vez, el país se quedará sin representante de relaciones exteriores.
-Eso ahora no importa, quítese por un momento su cargo y su vida política de la cabeza, está aquí, conmigo y no importa nada más.
-En breve va a amanecer, he excedido el tiempo, no importa, es usted la compañía perfecta, lástima que no solo sea la mía...por el dinero no se preocupe.
-Hoy no me interesa el dinero, don Camilo.
-¿Cómo dice?
-No me interesa, me importa usted y terminar esta vida de una buena vez.
-¿Se quiere matar? mida sus palabras y no me asuste, ya bastante tengo con todo esto.
-No, don Camilo, eso jamás. Me refiero a que quiero salir de este mundo, de recibir hombres diferentes cada noche, de respirar fragancias distintas, de besar labios extraños, de mostrar mi sexo a todos y que nadie lo aprecie, sino que lo usen como un juguete y que luego me paguen por eso, me siento mal.
-Es usted una persona sabia, mi amada Princesa, ¿y sabe? usted no tiene la culpa de estar aquí, solo le falta esa motivación para salir, para ver las cosas diferente.
-Usted me da esa motivación cada vez que viene, me hace sentir segura, viva.
-Por eso siempre vuelvo a usted, es recíproco entonces.
-Quédese, sáqueme de aquí, debemos irnos lejos, en usted he redescubierto mi sino, mi vida misma.
-¿Me lo está proponiendo en serio?
-En mi vida hablé más en serio.
-Tendría que renunciar al ministerio, sabe usted cómo es el presidente Bustamante y Rivero con estas cosas, mi imagen se vería afectada, el país depende...
-El país no depende del ministerio de relaciones exteriores, ¿qué no lo entiende?, sé que me ama en secreto y por eso me busca, sé que me desea con demencia, el Perú no se va a acabar porque Bustamante se quede sin ministro...además, ya lo están cocinando, lo debe saber, el general Odría.
-¿De qué me está hablando?
-Se olvida el señor ministro que yo soy la puta de los más altos militares, que todos vienen a contarme sus porquerías y sus enredos amorosos y políticos. A Bustamante lo están acorralando, no le queda mucho, el golpe es inminente y el propio ministro Odría estaría a cargo, van a pedir la persecución de la cúpula aprista, es un plan casi infalible porque Bustamante se va a negar.
-Eso quiere decir que...
-No le queda mucho tiempo, ministro. Vámonos, dejemos todo esto, olvidémonos, vayámonos a otro lugar donde podamos volver a vivir, no piense más en política, además, la relación entre el Apra y el Frente Democrático es casi insalvable, vámonos por favor...
-En el devenir del tiempo se manifiesta la hidalguía para asumir las consecuencias de nuestros actos, es menester que esté donde tenga que estar, es un compromiso ético.
-El país jamás se lo va a reconocer, y se arrepentirá de no haberse ido junto a mí, reconsidere su decisión, sé que usted me quiere, que me necesita, que tiene una pena grande de amor que lo trajo hasta aquí, no vuelva a lo mismo.
-Es hora de marcharme, le ruego no haga más comentarios sobre el tema, debo salir ya mismo.
-Sabe dónde encontrarme, sabe que lo voy a estar esperando.
Cerró la puerta y salió raudamente hacia la avenida principal, en su mente se habían mezclado mil cosas que no entendía, el secreto de estado del posible golpe al gobierno de Bustamante y Rivero, la pésima noche anterior que tuvo producto de un desamor, la propuesta de la puta de la calle de los olvidados, la que lo dejó casi pasmado, atónito, con una incertidumbre propia de su grandeza intelectual, solo los grandes tienen grandes dudas frente a situaciones completamente adversas y las saben resolver.
Su mujer, doña Cristina de Jesús Arrunátegui Lingán, una dama de mundo, que participaba en cuanto evento social hubiese de la élite política en Lima, era su compañera y organizadora, se habían casado en una ostentosa boda a la que asistieron muchos personajes de la aristocracia limeña, entre ellos, el Presidentente Bustamante. Tiempo después, Camilo se enteraría de que su mujer le era infiel con él, no soportó más hasta que la echó de su casa con todas sus cosas y cortó todo tipo de relación amical con el presidente, solo quedaba el ámbito profesional, porque no podía dejar en el aire los destinos de la nación que se le habían conferido.
Tal vez era el momento de dejarlos así, tal vez no debía importar nada más, ya no tenía a prácticamente nadie, quizás no valía tanto la pena como para insistir en una suerte que parecía echada, tal vez la felicidad esté más cerca de lo que él creía, y no precisamente en las lides de la cordura, sino todo lo contrario, en las fauces de la demencia, en los surcos de la alucinación, en el secreto de la vida sin las formalidades banales de siempre.
Camilo de la Borda y Sánchez Vizcardo renunció al cargo de ministro de hacienda en agosto de 1948. A los dos meses, el golpe militar del general Odría se haría del poder y mandarían al exilio al presidente Bustamante. De aquella noche de copas y del puterío febril al que se entregó don Camilo, quedó la decisión más importante de su vida; una noche, buscó desesperadamente en la misma calle donde la dejó algún tiempo a la bella Princesa, al no encontrarla preguntó por ella en toda la cuadra, nadie le daba una razón exacta. Solo una persona, un militar que era su cliente habitual pero que pronto al volverla a buscar no la encontraría, fue su último amante, "se ha ido cantando ese vals, ese vals del amor lejano, distante, se ha ido llorando un amor que encontró por aquí, pero que nadie sabe quién es, hace ya un tiempo ha salido de la vida fácil, dijo que se iría lejos, yo lo dudo, no tiene dinero, siempre la vemos en el bar de Eleodoro, las noches de fin de semana, triste, muy triste..."
Se había enamorado y decidió dejar esa vida esperando por si volvía el príncipe que amó aquella noche y al que la política había consumido, incluso al punto de volverlo casi inhumano, de no perdonar la traición de su mujer Cristina y de su amigo, el propio presidente.
Volvió. La encontró una tarde de setiembre en el bar de Eleodoro, al fin pudo volver a besarla y perdonarla y perdonarse él también, ¿acaso el amor tiene algún límite?, ¿acaso el prejuicio puede más que el deseo de cambiar y de amar solo a la otra persona?, no encontró razón exacta y su prudencia hizo que tomara la decisión quizás no correcta, pero que lo hacía feliz, al fin su vida tuvo un sentido y fue realmente auténtica.
En medio de ese cielo gris, oscuro, incluso en primavera, partieron lejos a iniciar otra vida, esa que los señores y los 'dandys' no pueden volver a tener. No siempre lo que parece correcto es lo mejor, la felicidad no es una forma sino un estado cambiante, lo importante es saber como atesorar cada anhelo en las arcas infinitas del corazón.
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