lunes, 13 de diciembre de 2010

No te rindas, un ángel te cuida

Era ella en la escencia de su estilo, en la perfección de sus pasos, en la seguridad de su camino, era ella haciéndolo olvidar por un momento la figura tierna y dulce, los ojos negros y grandes y el cabello lacio azabache de Ariana, la chica de la que estaba enamorado y que, por cierto, no le daba un quinto de bola.

Volvía apurado caminando por la acera que divide la Javier Prado con la Universidad de Lima, y con el reproductor en 'play' miraba los salones vacíos y las luces que ya se dejaban ver mientras que la noche iba cayendo lentamente y el sol de fondo dejaba ver sus últimas luces. Había tomado una combi equivocada que iba por la avenida Encalada y él quería ir a Camino Real, entonces no le quedó más remedio que bajar y volver a cruzar toda la mierda que es Javier Prado en hora punta y con carritos y combicitas que van zigzagueantes por los carriles de la ancha vía, pero como Uzielito es correcto y educado, ni cagando irrumpiría a empellones sorteando carros cual culebra selvática o como un loco calato africano con el mambo al aire, no, él prefiere darse absolutamente toda la vuelta y cruzar el puente de la universidad y llegar al paradero del otro lado.

Así lo hizo, con el reproductor encendido, sonaba en sus oídos la melodía 'esta madrugada' de Amaral y como siempre, en su mente solo estaba la imagen de la muchachita de ojos vivaces y de cabello liso, tan liso como su corazón. La había conocido hace algunas semanas por intermedio de amigos en común, en una reunión vespertina en la casa de unas gemelas muy amigas de él, se habían mandado mensajes durante varias semanas, habían salido un par de veces y en eventuales ocasiones, se trataban como algo más, era todo muy extraño porque o él estaba malinterpretando las cosas mal, o ella estaba jugando un poco con la inocencia de Uziel, que tonto no era pero confiado sí. Quizás se ilusionó rápido, quizás pensó cosas que no debía, de repente la extrañaba mucho y pensaba en ella, en esas tardes de conversaciones frente al mar, de risas y planes en el futuro, en mil cosas, mil cosas que desaparecieron de su mente por un momento cuando cruzó ese puente al caer la noche.

"Ariana, hasta el nombre lo tienes bonito, cuando pienso en que contigo podría ser feliz y tener una familia bonita, con hijos bonitos, cuando pienso en las tardes juntito a ti en esa banca frente al mar, cuando soy feliz y tú ni cuenta te das al mirarte y descubrir una manera diferente de mirar, de voltear a verme, tu manera de abrazarme y ese perfume que tus papás te regalaron, ese olor que se queda en mi piel y llega hasta mi corazón y no se va, hasta ahora no se va, Arianita, si me quisieras y no te fuera tan indiferente y no me trataras como cualquier cosa, como si fuera un simple amigo más, estoy cansado de ser tanto tiempo tu puto amigo, no me interesa, te quiero tanto como para desperdiciar la fuerza de lo que siento con una simple amistad que te limita a muchas cosas, lo mío no se limita ante ti, ni a lo físico, ni a lo espiritual, ni a lo amical, te quiero tal cual y si me vieras distinto serías muy feliz, Arianita, te juro..."

La gente iba y venía mientras Uziel estaba un tanto ido pensando en que hacía casi dos semanas, él había decido no aparecerse en la vida de Ariana, quería ver si ella lo necesitaba tanto (en un juego que era de uno porque era probable que ella ni siquiera se haya dado cuenta del drama que hacía) como él y si lo extrañaba y si era capaz de reclamarlo. Dos largas semanas pasaron y absolutamente nada, ni un mensaje, ni una llamada, ni una alerta, ni mierda, y en cierta parte no era justo porque él no la había dejado de pensar un solo momento, pero también algo de culpa tenía porque el chiquillo se meaba de miedo de decirle que le gustaba y que quería estar con ella siempre, no podía, se le encogían los cojones y segurito que se iba a morir sin decirle nada y jodido hasta el final.

En un momento todo cambió. Ya había doblado la esquina de Javier Prado hacia Olguín para poder subir al puente y de pronto aparece casi a la misma velocidad con la que él caminaba una muchacha que parecía como salida de un cuento de hadas o de alguna película europea: la Barbie deportista.
Alta, casi del mismo tamaño de él (que no era poco, un metro y 80 centímetros, algo más, algo menos) zapatillas Roxy de colores en una combinación casi perfecta con el color de sus piernas tersas, fuertes, una pulsera en el tobillo derecho y un short apretado hasta la parte más alta de sus muslos, su polo era lila y su cabello también lacio y marrón, se notaba que hacía deporte, que tenía bien cuidada cada una de las partes que lucía sin miramientos en plena calle.

Cruzaron las miradas entre el pase atiborrado de gente que bajaba y los que intentaban subir al puente como Uziel y la muchacha deportista. Tenía algo en esa mirada extraña, como un rastro de melancolía, de tristeza que conmovió a Uziel, la siguió hasta que no pudo más y miró al cielo como intentando tomar un respiro. La dejó pasar primero y así pudo subir las gradas casi sin dificultad, él, agazapado entre el tumulto, sentía más de cerca el perfume que era completamente distinto al que usaba Ariana, quizás en lo único que se parecían físicamente era en el cabello, después, eran todo lo contrario. Y así, hasta que ya no subían una grada más sino que caminaban observando abajo cómo las luces rojas se perdían más allá de sus vistas, sin decir una palabra. De pronto, el silencio entre ambos se rompió.

-Si sigues así de apurado y nervioso, probablemente acabes en cualquier sitio menos en donde piensas terminar hoy.

La muchachita ágil esbozó una sonrisa después de sorprenderlo al decirle aquella frase. Por supuesto, él no entendía un carajo de qué estaba pasando, pero no importaba, ya estaba hablando con ella y era algo que debía ser una señal, porque él jamás imagino ni planeó que todas las circunstancias lo lleven hacia donde estaba.

-Después de esto, apurado no creo que siga y nervioso sí, es imposible no sentirme distinto estando contigo.
-Nos acabamos de conocer...
-Igual me pones nervioso y no sé por qué- Uziel se lo dijo algo contrariado.

La gente y la bulla parecían haber desaparecido porque en ese momento el mundo para Uziel giró en torno a la bella chica de las zapatillas curiosas, que lo miraba con ternura cuando le hablaba, lo hacía sentir cómodo, había hecho olvidar a Ariana, aunque sea por un momento.

-No tengas miedo de caminar solo, date cuenta que tu vida se rige por eso. Sabes a dónde vas hoy pero no sabes a dónde llegarás mañana, ni de aquí en 20 años, no por eso vas a dejar de caminar; aunque no veas claramente qué hay después, no dejes de seguir, pero ten en cuenta que no siempre habrá alguien que esté para tomar tu mano y llevarte hasta tu destino final, a veces tendrás que hacerlo solo, tienes que aprender eso para que puedas sobrevivir.

La escuchó atentamente y la miraba a los ojos a cada segundo, quería grabar su imagen para siempre, y si era posible, intentar tener comunicación con ella siempre. El camino se acababa y para cuando ella terminó de armar todas esas frases, él aún no entendía por qué se las había dicho pero que le sirvieron para sentirse mejor, para hacer que olvidara a Arianita escuchando el consejo fugaz de una desconocida en medio de un puente en una ciudad horrible y caótica a las 6 de la tarde.

-Habrá en tu vida ángeles, personas que aparezcan de pronto y no sepas cómo ni de dónde, simplemente te harán la vida más fácil, tú eres una buena persona, debes esperar el tiempo adecuado, esperar a que no jueguen contigo y que encuentres un corazón a la altura de tu nobleza que te dé alas, que te haga flotar, que te haga llegar a alcanzar una de esas estrellas azules de tanto amor, no te rindas, un ángel te cuida, precioso.

Llevó su mano sobre su cabeza y apuntó al cielo, de pronto, una multitud de gente se empujaba e intentaban subir a empellones mientras ellos bajaban, Uziel se quedó observando una estrella luminosa que, increíblemente, iluminaba el cielo siempre plomo (aún en verano) y triste de Lima, cuando volteó a agradecerle y a abrazarla, ella ya no estaba.

Había desaparecido como por arte de magia, volteó la cabeza a todos los lados y entre la multitud quiso buscarla pero no la halló, nunca le preguntó el nombre ni de dónde era, se quedó con la impresión de que aquella bella muchacha no caminaba sino flotaba entre todos, como un ángel silente que quizás estaba ahí para cuidarlo. De arriba aún, la buscó incansablemente varios minutos pero fue inútil, solo se quedó ese olor del perfume que había sentido cuando empezaban a subir, su mirada fija y su caminar decidido, ahí entendió que la gran diferencia estaba en que ella sabía a dónde iba, que por eso desapareció así de rápido. Los que saben a dónde van, no demoran, hacen las cosas más prolijas y bien, no tienen dudas, no están con mariconerías, Uziel no sabía adónde iba, no se animaba a decir nada, no tenía sino cierto, de lo único que estuvo seguro esos cinco minutos que duró el encuentro con la muchachita bella, fue que estuvo ahí y que quizás un ángel haya bajado para darle una lección de cómo tenía que enfrentar la vida y los problemas, y también para que olvide un poco a Ariana, se salga de el escenario y empiece a ver las cosas desde afuera, de ese punto de vista del que la mayoría de personas que comete errores, jamás ve.

Bajó las escaleras feliz y triste a la vez, quería aunque sea darle las gracias y ver por última vez a ese sueño que fue la chica de las zapatillas curiosas (las amó, amó su estilo, amó todo de ella) de pronto puso su mano en el bolsillo para sacar dinero y comprar agua, la necesitaba, y encontró una cadena de plata que tenía un dije y en él había una inscripción: 'Melpómene'.

No hacía falta armar más el rompecabezas, ya casi lo tenía todo entendido, Melpómene existía y había existido y existiría siempre en su corazón y adonde quiera que él la llevase. Pasaron diez minutos y de pronto le llegó un mensaje al celular.

"Uzielito, ¿cómo estás? ¿qué ha sido de tu vida? Estos días nos tenemos que ver sí o sí, avísame cuando puedas por favor. Ariana".

Uzielito, desde aquel momento entonces, ya sabía qué hacer.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Menú chino

Aquella noche nada podía fallar.

Carlitos había dormido toda la tarde porque sabía que su fiestita iba a durar hasta bien entrada la mañana, durmió como pagado el concha, no lavó los platos del almuerzo a pesar de que su mamá se lo dejó encargado, no limpió ni ordenó su cuarto que tenía las medias percudidas del día anterior abajo de la cama, cuando jugó una pichanga, no hizo ni un carajo porque tenía sueño. El culpable de ese sueño había sido una película porno la noche anterior, una de esas que se compró con tres amigos más (aún castos o viciosos, supongo) en el hueco o en algún rincón del centro de Lima, una de esas galerías donde venden puzanga, yombina y otros afrodisíacos que estimulan la potencia del miembro viril masculino, del mípalo, del amigo.

Como ya había dicho, esa noche nada podía fallar porque precisamente el buen Carlitos iba a estrenar su primera aventura con 'el amigo'. Lo había preparado entonces psicológicamente una noche antes mientras estaba en 'la concentración' viendo aquella película porno: el buen Carlitos tenía 21 y se había graduado con honores, de pajero. Es más, si la Academia Sueca confiriera un Nobel al más pajero, Carlitos se lo ganaba por unanimidad, y con extensión del premio por un par de años al menos. Pero como sabemos que los que entregan y eligen en premio son suecos, por ende lo que mejor hacen es hacerse los suecos y prefieren el protocolo y la huevadita formal.

El precoz joven vio la película y terminó la faena a las cuatro de la madrugada, toda la tarde pudo dormir hasta que se despertó, sacó algo de comida, se bañó, se peinó bonito, se vistió con la mejor ropa y se fue directo a la fiestita.
En toda historia de este tipo hay una protagonista, pasaré a presentarla: Lorena. Rostro armónico, cuerpo delicioso, tetas ricas y sexy al natural, sin fingir mucho, sin pose de cholita de hi5, sin exagerar, era la amiga más 'íntima' de Carlitos, la que, previas conversaciones nocturnas, se había encargado de calentarlo al punto de quedar para aquella noche donde sea dar rienda suelta a sus instintos.

Como todas las buenas señoritas se cohiben con la luz, una paloma (de esas que nunca faltan en las fiestas para emparejar gente o para gozar con el deseo del prójimo) la apagó y soltó una serie de canciones del repertorio más fino de la historia del reguetón. Todas dejaron sus poses de divas y de 'yo soy pinki, boni, fresi' y se entregaron al calor, sudor, bailando reguetón; calor, sudor, sigue bailando y no pares. Las más perjudicadas fueron sin duda las paredes y el piso, por obvias razones que ya comprenderán.

El jovencito, inexperto y agraciadito Carlitos bailaba con su pareja, la pequeña Lorena, cuya entrega al baile es máxima y no escatima en esfuerzos y se abre a la posibilidad de hacer las veces de maestra profesional graduada en alguna universidad (Niza, Calle 8, Los botes) que dicta cátedra como los dioses, tanto que inhibe a Carlitos, el pajerito, porque él es pajero y no sabe mover bien la pelvis para satisfacción de Lorena en el frenesí del baile, sino que solo sabe mover al 'amigo' con sus manos.

Aquella noche nada podía fallar. Ya había encontrado la manera de despertar la pasión y el deseo en su acompañante de aquella noche bajo el ritmo puteril y caribeño, ese que la juventud tanto gusta bailar. Entonces voltea a Lorena, que estaba algo ansiosa y la mira con pose de divo, como si fuera galán de novela mexicana, o en este caso, venezolana, un poco más pobre, e inmediatamente ella lo mira y se muerde los labios y se pega a él, despacito sus manos en medio de la oscuridad van por el vientre de Carlitos, que ya muestra algunos signos de nerviosismo.

La luz se prende bruscamente y del fondo entre la bulla una voz sobresale entre todas y se escucha:

-¡Hoy día sales de pajero, Carlitos, bravo!

Inmediatamente apagaron la luz, Carlitos el pajerito se puso más tenso aún, sin embargo, Lorena lo calmó, intentó buscar rozar su cuerpo con el suyo otra vez, él no se resistió, de pronto ella se volteó y se pegó mucho, logró volver a sentir cómo algo en él iba tomando forma casi humana. Iban al cuarto del dueño de la casa, así calladitos nomás, sin mucho roche, se lo llevó apuradito para que no sospechen aunque la mayoría ya lo sabía. Se tendieron en la cama y empezaron.

En realidad casi ni empezaron y ya habían acabado. Echado en la cama, Carlitos miraba cómo Lorena se sentaba en su pelvis, aún con la falda puesta y se sacaba el polo, tomó las manos del imberbe y las puso sobre sus pechos grandes, él algo torpe, intentaba moverse rápido, no había coordinación entre sus movimientos, lo que hacía y lo que quería hacer tratando de imitar la película porno que había visto un día antes. Al percatarse de esto, Lorenita, como es experimentada, se bajó en invirtió la posición, ahora ella echada y él de rodillas, como perro, intentando darle placer para que puedan llegar al éxtasis al mismo tiempo. Entonces el bajó suavemente la última prenda y hundió su cabeza hasta que sintió que la cama sonó fuerte, Lorenita pensó "puta madre primito, tienes que comprarte cama nueva porque así no se puede", a pesar de todo no lo hacía mal, ella lo guiaba para que vaya encontrando el camino y cada vez lo haga mejor, el problema era que Carlitos es pajerito, con una mano sostenía la parte íntima de Lorenita y con la otra se estaba masajeando el amigo, malsana costumbre.

No habrán pasado ni 6 minutos desde que Lorena invirtió los papeles para lograr una armonía, un equilibrio entre su tiempo de llegar al placer y el de Carlitos, hasta que de pronto, en un estado casi catatónico, frenético, el Nobel de pajero se levantó y dirigió su boca hacia la de ella, mordió su labio y apenas ella sintió que 'el amigo' entraba en su profundidad cónvexa, se iba desinflando como un globo viejo, luego lo empujó y el sacó inmediatamente al intruso malcriado por apurado e intentó explicar en vano lo sucedido...

-Puta Lore, lo siento, es que los previos me mataron, en serio, pero dame cinco minutitos, quizás menos, al toque nomás ya estoy otra vez, no me cagues Lore...

La explicación más cojuda digna de un pajero Nobel, a lo que Lorenita, con su sapiencia y frescura contestó con tono de enfado:

-Qué desgracia, menú chino tenías que ser pues...

Asombrado, Carlitos el pajerito preguntó,

-¿Menú chino, por qué Lore?

Poniéndose la ropa y casi sin mirarlo le gritó...

-¡Porque sopa...y chaufa! ya sal de acá, anda con tus pornos nomás.

Carlitos se quedó sentado en la cama pensando aún en la película de la madrugada anterior, "pero, ¿en qué fallé? ¿acaso no lo hize bien? quién entiende a las mujeres oye..." mientras que lorena bajó inmediatamente sin decirle nada, llegó a la sala y todos bailaban, cuando se dieron cuenta que estaba ahí le preguntaron inmediatamente "¿tan rápido, qué pasó, no me digas que se quedó dormido?", a lo que ella contestó "ni siquiera eso, no duró ni cinco minutos, contando todo, no jodas pues, a mí no me dejan a medias ni cagando, no ha nacido aún el hombre que me deje a medias".

De pronto, pasos cercanos se oyeron, era Carlitos el pajerito que ese día se graduó Doctor Honoris Causa; causa, batería reguetón. O no, mejor dicho, doctor Pajeris Causa, ese le va mucho mejor.

-Lorena, yo te puedo explicar, ven, hay que hablar, no podemos dejar esto así...

Alguien prendió las luces y entonces todos (incluida Lorena) gritaron al unísono...

-¡Eso te pasa por pajero, menú chino!

jueves, 2 de diciembre de 2010

El frenesí del aristócrata

Llevaba aquella noche un saco negro, corbata elegante que aprieta muy bien el cuello muy ceñida a la fina camisa blanca que se había comprado hace algunos días, un pantalón que luce casi nuevo, zapatos perfectamente lustrados que, a pesar de la tenue luz de la noche en la calle silente, pueden verse brillantes de lejos; un sombrero de copa no tan alto, un bastón marrón de madera muy fina, el caminar con garbo, la elegancia era su principal característica, sin embargo, caballero como solo él, afrontaba con hidalguía la mustia infinita a la que el desamor lo había condenado.

Camilo de la Borda y Sánchez Vizcardo lucía su andar esta vez algo cancino a lo largo de la calle atiborrada de mujeres casquivanas que buscan algo de dinero a cambio de placer. Volvía a sus putas cuando tenía algún problema que lo apenaba infinitamente, no cuando algo lo preocupaba sino cuando algo lo ponía muy triste, era la excusa perfecta para ir en busca del amor frustrado que lo mantendría vivo por algunas horas de una noche de frenesí en la que, entre el humo y algún vals, intentaba olvidarse de toda la aversión que sentía hacia el mundo y el hastío que tenía hacia las mujeres, cansado de sus jugarretas infames y canalladas de mala sangre.

-Don Camilo, después de tiempo por aquí.
-Ya va la mala vida acechándome, me tira para abajo.
-Véngase conmigo, yo sé cómo relajarlo, no se ponga tenso, olvídese de todo.
-Como si fuera tan fácil, al menos lo intentaré por esta noche y mire que el cielo es benevolente y muestra el reflejo claro de la luna, romántico ¿no cree?...
-Usted siempre tan ocurrente, don Camilo. Felizmente la guardia esta noche no nos ha caído, la noche está fría, quizás eso lo ha espantado un poco.
-Sí que soy suertudo, por cierto, está usted guapísima.
-Siempre tan galante, don Camilo.

La calle tenía sendas puertas pequeñas que se enfilaban mostrando unas luces que hacían más llamativo el lugar y contrastaba con el extraño cielo invernal de aquella noche, en las esquinas, las guitarras y las voces melancólicas se dejaban oír, el olor del licor presente era el de pisco, puro, seco y volteado, como tragando la pena con todo el ardor que produce en la garganta un buen sorbo. En medio, señoritas con poca ropa invitaban a algunos caballeros que a pesar del desenfreno en el que la noche podía caer, sus atavíos y prendas se mantenían en su lugar, como los señores que eran, caminando y observando, sigilosamente para ver cuál era la compañera de turno aquella noche.

Aquella noche aciaga del corazón para Camilo, el licor en esa habitación lo hizo un poco más feliz. La bella señorita que lo acompañaba sabía que siempre frecuentaba aquella calle cuando algún mal de amor lo apenaba, y entonces era su fiel compañera por algunas noches, lo llenaba de palabras de amor que necesitaba oir. Sin embargo, esa noche fue distinta, no había sido unicamente una simple decepción, tenía que ser algo mucho más fuerte, algo que lo mueva a tomar con tanta ira, que haga no importarle lo que podía suceder después, muy a pesar de su prudencia y de sus correctos modales de 'dandy' que tenía.

-Algo le ha pasado, algo muy fuerte don Camilo...dígame por favor y ya deje el trago un momento.
-Déjeme, déjeme Princesa, necesito de esta medicina y necesito aún más de usted esta noche. Prenda la radiola, hágalo y póngame ese disco, ese que usted sabe que me gusta tanto...
-La de el amor lejano, ese amor que no está.
-Esa canción hoy no...
-¿Entonces?
-La de una mujer cruel, inefable, avara...(llevó el vasito lleno de pisco hacia su boca y lo sorbió todo casi sin respirar, mientras cerraba los ojos muy fuerte, las lágrimas salieron) que se ha llevado todo de mí.
-Una mala mujer, ¿no es así, don Camilo?
-Una mala hembra que me ha dejado arruinado, arruinado Princesa.

Camilo dejó caer su saco e inmediatamente Princesa lo recogió, lo acomodó encima de un perchero donde también dejó el sombrero y el bastón, lo miró fijamente a los ojos y empezó a besarlo suavemente, sin prisa, como deteniendo cada momento para que sea eterno, para que Camilo no tenga que pensar más en el mañana. Se sacó lentamente el vestido usado pero elegante que tenía, dejó lucir su perfecta anatomía: senos rosados, redondos y grandes, el vientre plano y un cabello ondulado que le caía por encima del hombro. Así, con el sexo descubierto se acercó entonces otra vez donde Camilo, le quitó la correa que sujetaba el fino pantalón que traía y ambos se entregaron al placer máximo de la noche, a ese placer que puede vencer incluso al recuerdo más aciago, al fin y al cabo el placer es solo la prolongación de nuestros deseos frustrados por algúna desventura ocasional y se convierte en la expresión de lo que no podemos canalizar con palabras, todo se consume en el cuerpo del otro.

-Si en el ministerio se enteran de que estuve aquí otra vez, el país se quedará sin representante de relaciones exteriores.
-Eso ahora no importa, quítese por un momento su cargo y su vida política de la cabeza, está aquí, conmigo y no importa nada más.
-En breve va a amanecer, he excedido el tiempo, no importa, es usted la compañía perfecta, lástima que no solo sea la mía...por el dinero no se preocupe.
-Hoy no me interesa el dinero, don Camilo.
-¿Cómo dice?
-No me interesa, me importa usted y terminar esta vida de una buena vez.
-¿Se quiere matar? mida sus palabras y no me asuste, ya bastante tengo con todo esto.
-No, don Camilo, eso jamás. Me refiero a que quiero salir de este mundo, de recibir hombres diferentes cada noche, de respirar fragancias distintas, de besar labios extraños, de mostrar mi sexo a todos y que nadie lo aprecie, sino que lo usen como un juguete y que luego me paguen por eso, me siento mal.
-Es usted una persona sabia, mi amada Princesa, ¿y sabe? usted no tiene la culpa de estar aquí, solo le falta esa motivación para salir, para ver las cosas diferente.
-Usted me da esa motivación cada vez que viene, me hace sentir segura, viva.
-Por eso siempre vuelvo a usted, es recíproco entonces.
-Quédese, sáqueme de aquí, debemos irnos lejos, en usted he redescubierto mi sino, mi vida misma.
-¿Me lo está proponiendo en serio?
-En mi vida hablé más en serio.
-Tendría que renunciar al ministerio, sabe usted cómo es el presidente Bustamante y Rivero con estas cosas, mi imagen se vería afectada, el país depende...
-El país no depende del ministerio de relaciones exteriores, ¿qué no lo entiende?, sé que me ama en secreto y por eso me busca, sé que me desea con demencia, el Perú no se va a acabar porque Bustamante se quede sin ministro...además, ya lo están cocinando, lo debe saber, el general Odría.
-¿De qué me está hablando?
-Se olvida el señor ministro que yo soy la puta de los más altos militares, que todos vienen a contarme sus porquerías y sus enredos amorosos y políticos. A Bustamante lo están acorralando, no le queda mucho, el golpe es inminente y el propio ministro Odría estaría a cargo, van a pedir la persecución de la cúpula aprista, es un plan casi infalible porque Bustamante se va a negar.
-Eso quiere decir que...
-No le queda mucho tiempo, ministro. Vámonos, dejemos todo esto, olvidémonos, vayámonos a otro lugar donde podamos volver a vivir, no piense más en política, además, la relación entre el Apra y el Frente Democrático es casi insalvable, vámonos por favor...
-En el devenir del tiempo se manifiesta la hidalguía para asumir las consecuencias de nuestros actos, es menester que esté donde tenga que estar, es un compromiso ético.
-El país jamás se lo va a reconocer, y se arrepentirá de no haberse ido junto a mí, reconsidere su decisión, sé que usted me quiere, que me necesita, que tiene una pena grande de amor que lo trajo hasta aquí, no vuelva a lo mismo.
-Es hora de marcharme, le ruego no haga más comentarios sobre el tema, debo salir ya mismo.
-Sabe dónde encontrarme, sabe que lo voy a estar esperando.

Cerró la puerta y salió raudamente hacia la avenida principal, en su mente se habían mezclado mil cosas que no entendía, el secreto de estado del posible golpe al gobierno de Bustamante y Rivero, la pésima noche anterior que tuvo producto de un desamor, la propuesta de la puta de la calle de los olvidados, la que lo dejó casi pasmado, atónito, con una incertidumbre propia de su grandeza intelectual, solo los grandes tienen grandes dudas frente a situaciones completamente adversas y las saben resolver.

Su mujer, doña Cristina de Jesús Arrunátegui Lingán, una dama de mundo, que participaba en cuanto evento social hubiese de la élite política en Lima, era su compañera y organizadora, se habían casado en una ostentosa boda a la que asistieron muchos personajes de la aristocracia limeña, entre ellos, el Presidentente Bustamante. Tiempo después, Camilo se enteraría de que su mujer le era infiel con él, no soportó más hasta que la echó de su casa con todas sus cosas y cortó todo tipo de relación amical con el presidente, solo quedaba el ámbito profesional, porque no podía dejar en el aire los destinos de la nación que se le habían conferido.
Tal vez era el momento de dejarlos así, tal vez no debía importar nada más, ya no tenía a prácticamente nadie, quizás no valía tanto la pena como para insistir en una suerte que parecía echada, tal vez la felicidad esté más cerca de lo que él creía, y no precisamente en las lides de la cordura, sino todo lo contrario, en las fauces de la demencia, en los surcos de la alucinación, en el secreto de la vida sin las formalidades banales de siempre.

Camilo de la Borda y Sánchez Vizcardo renunció al cargo de ministro de hacienda en agosto de 1948. A los dos meses, el golpe militar del general Odría se haría del poder y mandarían al exilio al presidente Bustamante. De aquella noche de copas y del puterío febril al que se entregó don Camilo, quedó la decisión más importante de su vida; una noche, buscó desesperadamente en la misma calle donde la dejó algún tiempo a la bella Princesa, al no encontrarla preguntó por ella en toda la cuadra, nadie le daba una razón exacta. Solo una persona, un militar que era su cliente habitual pero que pronto al volverla a buscar no la encontraría, fue su último amante, "se ha ido cantando ese vals, ese vals del amor lejano, distante, se ha ido llorando un amor que encontró por aquí, pero que nadie sabe quién es, hace ya un tiempo ha salido de la vida fácil, dijo que se iría lejos, yo lo dudo, no tiene dinero, siempre la vemos en el bar de Eleodoro, las noches de fin de semana, triste, muy triste..."

Se había enamorado y decidió dejar esa vida esperando por si volvía el príncipe que amó aquella noche y al que la política había consumido, incluso al punto de volverlo casi inhumano, de no perdonar la traición de su mujer Cristina y de su amigo, el propio presidente.
Volvió. La encontró una tarde de setiembre en el bar de Eleodoro, al fin pudo volver a besarla y perdonarla y perdonarse él también, ¿acaso el amor tiene algún límite?, ¿acaso el prejuicio puede más que el deseo de cambiar y de amar solo a la otra persona?, no encontró razón exacta y su prudencia hizo que tomara la decisión quizás no correcta, pero que lo hacía feliz, al fin su vida tuvo un sentido y fue realmente auténtica.

En medio de ese cielo gris, oscuro, incluso en primavera, partieron lejos a iniciar otra vida, esa que los señores y los 'dandys' no pueden volver a tener. No siempre lo que parece correcto es lo mejor, la felicidad no es una forma sino un estado cambiante, lo importante es saber como atesorar cada anhelo en las arcas infinitas del corazón.