martes, 13 de agosto de 2013

La soledad de los reencuentros


"No, créame usted, un primer amor no puede ser sustituido"- Honoré de Balzac.


I

Las gotas de garúa miserable, gris y melancólica le caían en la cara a ambos, pero más le dolían a Santiago. No tocaban su piel y se deslizaban por sus pómulos hasta perderse en alguna parte de su cuerpo enjuto; esas gotas minúsculas y constantes laceraban su epidermis, atravezaban sus músculos y llegaban hasta sus huesos, y acaso iban a terminar también en lo más profundo de su corazón.

La habitación se había detenido. Un silencio desesperante se había apoderado del lugar en el que no cabía un sentimiento más; todos juntos, atiborrados entre recuerdos, promesas, juramentos, lágrimas, cigarros, cafés y libros; el lugar era un santuario que aguardaba por algún milagro cuando él llegase junto a Lucía.

-No tenemos por qué hablar de estas cosas aquí, no es el lugar adecuado, ¿no crees?- Lucía secaba con sus manos las gotas que quedaban temblorosas en el saco de Santiago.
-Si no es aquí, ¿dónde entonces?- dijo molesto Santiago- yo entiendo que nunca tengas tiempo, pero esto creo que no puede esperar más.
-Seguro, pero no me siento cómoda, Santiago- Lucía se volvió a su frente por donde jugaban niños que se detuvieron al ver su mirada fija en ellos- vámonos, ¿quieres?
-Siempre quieres hacer lo que tú dices, no solo ahora- dijo Santiago dándose golpecitos con el puño cerrado en su rodilla.
-Y tú siempre has querido culparme de todo a mí, ¿podrías ser un poquito más hombre y enfrentar las cosas? – gritó Lucía.
-¿Enfrentar qué?, lo indiferente que eres, o el saber que ya no sientes lo mismo, o que quizás nunca lo sentiste. No necesito nada más que tu disposición para decirme la verdad, lo que realmente sientes, no puedo continuar haciéndome a la idea de algo que no va a funcionar, o quizás, de algo que ya se murió hace mucho tiempo atrás y que sigo arrastrando conmigo. No creas que no lo he notado, cuando quieres el mundo está en tus manos y todo puede estar de maravilla, después, después te bloqueas, no puedes o no quieres sentir, cada vez hablas menos, se te nota, Lucía, se te nota tanto que el amor mismo a veces te es insuficiente- Santiago la miraba fijamente a los ojos mientras que Lucía miraba los árboles que eran movidos por el viento. El rocío de las hojas eran aún visibles, la tarde estaba por caer- creo que tanto amor te bloquea, te da miedo.
Lucía bajó la mirada y quedó por un momento en silencio. El griterío de los niños cada vez se fue apagando, arriba, los faros empezaban a calentar en las cuatro esquinas de la plaza, en las bancas había parejas amándose, probablemente haciéndose promesas que en algún momento también se habían hecho Santiago y Lucía, pensaban entonces ¿en dónde había quedado todo lo que sintieron? ¿a dónde va lo que uno siente cuando, de pronto, un súbito ataque de temor y bloqueo emocional hace pensar lo antes inimaginado?
-No lo sé- dijo escuetamente Lucía.
-¿Hay algo que sepas y que puedas decirme ahora?- se desesperó Santiago.
-No sé qué me pasa. No es lo mismo, tú lo sabes, entiendo que esto te afecte, pero creo que es tu culpa, creo que no debiste ir tan rápido, no debiste quererme así, al punto de sentirme segura de todo. Sabes que te quiero, pero ya no sé de qué manera, y lamento hacerte daño, pero yo necesito ahora otra cosa, no sé si esté lista para amar a alguien- Lucía hacía gestos que Santiago no había visto en ella antes; intentaba explicar las cosas de una manera distinta a las anteriores. Sus ojos se llenaron de lágrimas y continuó explicando- contigo tengo miedo a perder mi libertad, y no solo por ti, sino por mí, porque sé que te puedo amar más de la cuenta siempre, como siempre, Santiago.
-No es posible- susurró Santiago- no puedo creer que te quites la posibilidad de ser feliz.
-Eso sonó demasiado egocéntrico- reprendió Lucía.
-No lo digo por mí, sino por ti; haces cosas que no quieres, quieres cosas que alejas, nada te es imprescindible, no le tienes miedo al vacío, no tienes temor de perder cosas o personas, es como si al final te conformaras con tu propio destino, o lo que es peor, como si te conformaras con tus propias decisiones equívocas- explicó Santiago.
-Yo no me equivoco, todo lo hago pensando muy bien las cosas- respondió Lucía.
-Crees que tienes el control de las cosas, Lucía, pero no. Date cuenta, se te van de las manos, a veces siento que eres el dibujo más perfecto que existe pero que olvidaron colorear, y le temes a todo, te temes a ti misma, eso no es la felicidad- Santiago giró todo su cuerpo hacia lucía y se acercó un poco a ella, la garúa cada vez era más intensa, todo el parque había cobrado un color verde intenso, los caminos de piedra estaban húmedos y grises, el contraste era perfecto, oscurecía- si es que existe de alguna u otra manera.
-No sé si tú seas mi felicidad- dijo Lucía.
-Pero no estás segura de que no la sea tampoco - respondió Santiago inmediatamente.
-¿Santiago, nos podemos ir?- casi suplicó Lucía.
-Está bien.

Llegaron a la habitación y prepararon café. Ambos amaban pasar horas juntos tomando café y leyendo, conversando de algún tema vago o sobre algún hecho político importante, no era difícil que se pusieran de acuerdo en varias cosas, coincidían hasta en las ideas más radicales, era extraño que siendo tan distintos lograran ese nivel de entendimiento, “nosotros, que somos diferentes, podemos atraernos más y mejor siempre” le había dicho alguna vez Lucía a Santiago luego de tomar café una madrugada.
No encendieron la luz. La habitación se quedó casi a oscuras, iluminada únicamente por una lamparilla que alumbraba tenuemente y que se encontraba al otro extremo de la habitación, encima de un velador de madera viejo en el que había más libros y algunas cartas perdidas de cuando empezó todo. Con el café, sus cuerpos se calentaron un poco, el tiempo había mejorado; afuera, la noche soporaba los últimos vestigios de una tarde fría que había tenido, para Santiago, todo el peso del mundo. Se quedaron media hora sin hablar, cruzando a ratos miradas tímidas, pidiendo explicacaciones que probablemente no llegarían, queriendo acercarse y pensando que era incorrecto ahora, que el tiempo les había ganado ya, que quedaba muy poco para dios sabe qué, para algo, se supone.

-No quiero hacerte más daño- de pronto Lucía rompió el silencio, luego de darle el último sorbo a su taza de café.
-¿Y eso qué quiere decir?- preguntó Santiago.
-No lo sé. No quiero que sigas inestable por mí, sé que te hago daño, pero ahora no estoy lista, no sé si lo estuve cuando volvimos, no sé si pueda con todo- dijo Lucía- hay algo que creo que ya está irremediablemente perdido entre nosotros.
-Esas barreras las pones tú, pero está bien, esta vez no va a ser como la anterior, no te puedo obligar a dejar todo por mí como si fuera dios, como si en el amor el dejar todo por el otro fuese tan fácil- Santiago tenía sus manos debajo de la mesa, las iba apretando poco a poco y sentía en el pecho la angustia, esa que, sabía bien, no lo iba a dejar dormir esa noche.
-Quizás alejándote pueda sentir que no estás siempre conmigo, no estar segura de ti- le sugirió Lucía mientras se volvía a poner el abrigo- sabes que eres lo mejor que me pasó, pero ya no te quiero igual.
-Nunca debiste volver, haz lo que quieras, a estas alturas ya da igual todo, Lucía- dijo resignado Santiago.
-Ese es tu problema, siempre dejas que yo decida y nunca pones tus decisiones por encima de todo- dijo Lucía.
-Mi decisión ha sido amarte siempre, mi decisión era luchar y quedarme contigo siempre, pero mi decisión no está en tus planes, en lo que quieres y en lo que sientes. Somos diferentes entonces, aunque digas que algo sientes por mí y que quizás si me alejo, vuelvas. Sabes que eso no va a pasar; nosotros éramos la libertad de sentir por lo que hacíamos, no las condiciones que poníamos para amarnos, Lucía- dijo Santiago e hizo silencio, Lucía tenía los ojos fijos en la lamparilla del velador- será mejor que no sigamos, entonces.
-No sé si mejor, pero es lo que hay, lo siento mucho y no estés triste, por favor, sé que tengo la culpa de esto en gran medida también- dijo Lucía.
-En el parque me dijiste que yo era el culpable- exclamó Santiago- ¿a dónde vas?
-Será mejor que me vaya, ya no tengo nada que hacer aquí, si has decidido eso, está bien- dijo algo molesta Lucía.
-Sí, Lucía, yo lo decidí y es lo que quiero, seguro será mejor como tú lo dijiste. ¿cómo no te puedes dar cuenta de todo lo que te quiero? ¿cómo no tienes miedo de perder las cosas que quieres? – preguntó Santiago intrigadísimo- es que no te importaron quizás nunca esas cosas.

Lucía miró fijamente a los ojos a Santiago y salió rápidamente sin decir una sola palabra con esa forma tan particular de caminar que él amaba, con el abrigo y los jeans que tan bien le quedaban, con ese cabello lizo que caía debajo de su hombro, tristísimo y oscuro como la película de agua que se cernía sobre Lima cada tarde de invierno. En ese momento, sintió que la luz se hizo aún más tenue y extrañó todo de ella: su mirada inocente, los pómulos grandes y sus labios rosados de los que solía beber el mejor amor que probó en su vida, el mejor sabor de la esperanza y de la felicidad, y no te muevas, quédate quieta mientras me besas amor, quiero sentir tu respiración de cerca, detén el tiempo, y déjame vivir aquí si es que siempre tendré que morir en tus labios, o ahogado del furor de tus hondos deseos, prométeme que no te vas a ir, que vas a sentir esto siempre, y yo también lo sentiré, es una promesa; no, un juramento mejor, uno de esos que solo se hacen ante dios, juez de todo, que comparezca yo ante él si es que profano algún juramento de este sagrado amor.

Extrañó la forma que ella tenía de acariciarlo, sus manos lívidas, su cuerpo pálido que había conocido desde que era adolescente, la primera vez fallida en la que no hicieron el amor por temor de él, el reencuentro en alguna calle lejana en la costanera, los atardeceres con el sol más naranja que jamás vieron en el desierto, en esa callecita llena de árboles vetustos y altísimos, de maderas que parecían haber sido barnizadas por lo brillantes que se veían donde todo volvió a comenzar, esa calle triste de almas errantes en las que su amor era el único oasis de felicidad que encontraban, extrañó los sábados eternos, los besos trémulos del inicio y los interminables del final, las mil formas de hacer el amor y de llegar al placer más íntimo que ambos se conocían y que jamás querían dejar, y así, fue extrañando con cada recuerdo, cada lugar, cada rincón en el que había dejado una a una sus pasiones y deseos más profundos, las ilusiones que se le iban, porque no había para él forma más difícil de volver a empezar que por amor, y así las mañanas lentas, las tardes oscuras y las noches eternas, y qué más, ya qué más, Santiaguito.


II

Y entre mañanas inconstantes, tardes de trabajo y noches insomnes de recuerdos pasaron tres años, tiempo en el que Santiago había logrado conseguir una relativa estabilidad y acaso también felicidad junto a Valeria, una muchacha colombiana que había llegado al Perú gracias a un programa de intercambio universitario, por el que había llegado a hacer un posgrado en filosofía. Mujer espigada, de cuerpo espectacular, amabilísima, de sonrisa fácil y de ojitos soñadores. Se conocieron en un bar del centro de Lima, ¿te acuerdas, Vale?, yo estaba bien picadito y tú, guapísima llegaste a la barra, qué cantidad de gente, ¿no?, y me hice el caballero y te pregunté sin vergüenza alguna, ¿deseas algo? Yo te lo pido, descuida, y me dijiste, machísima tú, que querías unas cervezas, y obvio que las tuviste al instante, porque bueno, me llamaste mucho la atención, y luego converse que te converse y mis amigas se dieron cuenta y no me dijeron nada, sí, no te equivocas, he venido con cuatro amigas, soy el único hombre, no, Vale, no soy gay, solo que tengo más amigas mujeres, ah, que tú también, excelente, ¿y que qué hago? Escribo en un diario, tengo algunos libros y ahora trabajo para el estado como asesor en temas educativos, pero por supuesto que me interesa, ojalá aquí pudiésemos hacer algo siempre, pero hay muchas trabas, en Colombia es igual, sí, te entiendo, por cierto, qué bonito dejo, qué dulce tu voz en ese tono, me encanta, Valerita, ¿se puede, no?

Salieron un mes, con sus días y sus noches, no hubo día de ese largo y divertido mes veraniego que no se vieran. Él la iba a recoger de las clases de posgrado, ella, cuya adaptación a Lima había sido en tiempo record gracias a la gestión oportuna de Santiago, lo recogía del diario, iban a cenar, al teatro, a algún concierto, divertidos siempre, ella se preocupaba mucho de que no le faltase algo e incluso ordenaba su agenda, presentaciones, exposiciones, viajes para hacer reportajes, etc, etc. Era el apoyo que había esperado por mucho tiempo y había empezado a tomarle un cariño más que especial.

Una noche, luego de ese mes intenso de salidas, citas y encuentros a los que Santiago no estaba acostumbrado, volvieron a su departamento. Ella se mostró interesada en ir a tomar un vino con él, además aún no daban la medianoche. Gracias por lo del departamento bonito, y no me trates de usted, que me siento viejo, todo este mes lo has hecho, aunque sé que es la forma peculiar de hablar que tienen ustedes, aún no me acostumbro a eso, sí, solo a eso, te lo juro, a todo lo demás ya me doy como muy bien acostumbrado; un acostumbrado feliz. Y se desvivían en elogios el uno con el otro, poniéndose cada vez más cerca, recordando anécdotas desde la del bar del centro hasta la última que había sido ese mismo día, cuando tuvo que hacerse pasar por el novio argentino de Valeria para que su exnovio no la llame más desde Bogotá, y qué locos somos, se creyó todo el dejo, che, vos la llamás una vez más y te busco debajo de las piedras y te saco las mil putas que te parieron, boludo.

En esas estaban cuando, de pronto y como si alguna fuerza cósmica los empujara a un destino que no podían evitar, se besaron tímidamente, y después de una breve pausa en silencio, continuaron besándose con más intensidad y así siguieron toda la noche, todo esa noche de verano de marzo en la que, casi sin pedirlo, llegó a su vida Valeria de una forma diferente. Hicieron el amor por primera vez suavemente, sin prisa, él admiró la belleza de su cuerpo, hacía ejercicios, eso está visto, sus pechos eran grandes y firmes, sus piernas parecían delineadas con acuarelas de diferentes colores, su piel tersa y su perfil desafiante que recorrió tomándose más tiempo de lo debido hasta por fin darle placer a la muchacha colombiana que gritaba como una fiera incontrolable, tanto que al día siguiente algún vecino anónimo le dejó en el buzón de cartas una nota que decía: “Estimado vecino, este es un edificio decente, le rogaría pedir a su pareja que baje los decibeles a los gritos que da cuando –asumo que eso hacían- tienen sexo, puesto que ayer mis niños no han podido dormir y se pasaron la noche preguntándome por qué había mujeres que gritaban de esa manera y no supe qué decirles ni manera de callarlos, espero tome en cuenta mi pedido, gracias”.

Y así fue la primera noche en la que hicieron el amor tres veces, y en la que después de tres horas logró por fin lo que hasta ese momento le había resultado casi imposible: ¿quieres ser mi novia?, y ante la respuesta positiva, hicieron el amor una vez más para luego esperar el amanecer abrazados,  como hace tiempo no lo hacía.
La relación iba bien y estaba durando, tenían ya un año y medio casi sin sobresaltos, ella lo quería mucho y siempre se lo demostraba; él, un poco más mesurado, más bien era inexpresivo y había que andarlo empujando a que haga las cosas, sin embargo, había logrado estabilidad. Curiosa situación que contrastaba completamente la realidad antes vivida de los amantes descontrolados que no sabían que hacer con tanto amor que tenían, tanto amor que se terminó yendo rápido, ¿o quizás nunca se fue?


III

-Me caso- dijo Lucía a través del hilo telefónico. Su voz no había cambiado en lo absoluto.
-¿Qué?- Santiago se quedó pasmado. La redacción parecía detenida una vez más, como la habitación la última vez que la vio el día en que terminaron. Él abría y cerraba los ojos sin salir del asombro.
-Te llamo para invitarte a la boda, creo que ha pasado mucho tiempo y los rencores han quedado atrás, si es que alguna vez los hubo- explicó Lucía mientras se miraba al espejo de su dormitorio detenidamente, como siempre le había gustado hacerlo- siempre leo tus columnas, me agrada que te vaya bien en lo que te propusiste con el Estado, sabes que te necesitan. Ah, conseguí el número de la redacción llamando aquí y allá, porque nunca di con tu número personal.
-Esto tiene que ser una broma- Santiago no salía de su asombro.
-Dame tu dirección para enviarte el parte- le pidió Lucía con un tono algo melancólico.
-Vivo donde siempre, en el mismo departamento. ¿Cómo así? ¿quién es él?- preguntó Santiago con la voz cortada.
-Un amigo hace mucho, tú lo conocías también, alguna vez te hablé de él, bueno, tengo que colgarte, le dejé a la secretaria mi número, espero que puedas ir- se apuró Lucía.
-Espera… ¿cuándo es?- preguntó Santiago.
-En cinco meses y medio, cuídate, espero que todo te siga yendo tan bien, sabes que me alegra mucho saber que estás logrando cosas- se despidió sin más, Lucía.
-Gracias, pero bueno entonces él es… ¿aló?, ¿aló?

Había colgado. Un sentimiento extraño invadió a Santiago, inmediatamente le vino una especie de temor y de tristeza que no podía explicar, ¿habría sido por la llamada de Lucía después de tanto tiempo?, ella ni siquiera le preguntó si él tenía una relación, si estaba con alguien o no, llamó para comunicarme y nada más, pensó. Eran casi las seis, hora de la salida, entonces caminó rápidamente hacia donde estaba Alejandra, la secretaria que había recibido la llamada, querida Alejandra, sé que ya te vas, pero ¿podrías darme el número de la señorita que llamó hace un rato?, ya pues, no te hagas de rogar, no, no es mi amante ni nada de eso, es una socia que hace mucho tiempo trabajó conmigo y quiere que volvamos a hacer negocios, que no son negocios turbios, Alejandra, bueno, te estás tardando más, a ver si me das de una vez el número, por favor, sí, entiendo, gracias.

Hola, Lucía. Tu llamada me sorprendió mucho, la noticia más aún; estaré en el parque de la última vez hoy a las 9, si deseas vas y conversamos para que me cuentes qué ha sido de ti y de tu boda. Te espero, Santiago.
Escribió y borró una y mil veces el mensaje hasta que quedó ese, no sabía exactamente qué poner o cómo decirle que necesitaba que se vieran para que le contase qué había sido de ella en todo este tiempo y cómo es que de pronto se iba a casar así, después de tanto. Llegó entonces puntual al mismo parque, las mismas bancas y los árboles pero esta vez sin gris y dieron las nueve, las nueve y cuarto y nada, y las nueve y media y nada, ni siquiera se podía concentrar en el libro que había llevado por si había mucho que esperar, sentía los mismos nervios que antes, cuando estaban y se veían, esos nervios mezclados con amor y ansiedad, pero ¿por qué los volvió a sentir?, había pasado mucho tiempo y las cosas con Valeria iban de maravilla, no lo entendía, y no lo entendió hasta que a las diez menos cuarto apareció ella, con los labios más rosados que de costumbre, la naricita respingada y tímida y su cabello lizo, su caminar tan particular, nada había cambiado, ¿el tiempo se detuvo todos estos años, o qué?, y a lo lejos apareció y cuando se fue acercando le iba dibujando en su rostro una sonrisita como antes, como hasta la última vez que se vieron.

-No has cambiado nada- saludó Santiago con un beso nervioso en sus mejillas.
-Tú sí que has cambiado, estás más… ¿ancho?- se rió Lucía.
-Bueno, aquí se dice gordo, creo, ¿no?- ironizó Santiago.
-Está bien, estás algo más gordito entonces, pero después, no has cambiado nada- apuntó Lucía.
Se sentaron en la misma banca de hace tantos años. Su madera estaba algo carcomida por la lluvia invernal y el sol veraniego, no mantenía ya ese color vivaz que hacía parecer como embarnizada cada día, estuvieron riéndose por mucho rato, contando anécdotas, recordando algunas cosas, la noche era más silente que de costumbre, el parquecito estaba desierto.
-¿Cómo así, quién es él?- preguntó intrigado Santiago sintiendo que el corazón le latía muy fuerte.
-Es Alberto, un estudiante de mi curso, no sé si lo recuerdas, bueno, siempre habíamos conversado y jamás vimos nada en el otro, llegó un momento en el que me sentía sola, fue un momento difícil, mi papá falleció y me quedé sola, mi mamá no volvió de España y todo se complicó, él me ayudó mucho, de esto han pasado varios años, aprendí a quererlo, es una persona que me da seguridad, es un buen tipo- contó Lucía pausadamente, como cuidando cada palabra que iba a decir.
-¿Te ama?- preguntó secamente Santiago.
-No tanto como lo hiciste tú. O, en todo caso, no me lo demuestra- respondió Lucía.
-Y eso te gusta…-dijo Santiago.
-Sí- respondió Lucía. La banca del parque cada vez se hacía más angosta y ellos estaban poco a poco juntándose, sintiéndo esa suave brisa fresca de primavera que les acariciaba el rostro a ambos- aunque a veces quisiera otra cosa, a veces he sentido que no me termino de acostumbrar a esa forma de ser, pero bueno, yo lo amo con todo y sus defectos.
-Te veo segura- Santiago movió la cabeza como afirmando.
-Sí, es cierto. Cuando vino a proponerme lo del matrimonio me sorprendió, pero pensé que era el destino y que a su lado sería feliz y estaría bien, me siento tranquila creo- Lucía había empezado a anudar sus dedos y a chasquearlos, señal inequívoca de que estaba nerviosa, Santiago lo pudo notar inmediatamente.
-Ahora tú eres la que habla más y yo el que pregunta y responde lo necesario, al parecer- volvió a ironizar, Santiago.
-Sí, ya veo, las cosas cambian, ¿no?
-Exacto- respondió Santiago.
-¿Estás de novio? Seguro que sí- preguntó intrigada Lucía.
-Sí, aunque no de novio. Estoy con una muchacha colombiana, me ayudó mucho y me hizo muy bien, pero no tengo planes de nada- Santiago hizo un gesto de incomodidad casi imperceptible.
-Ah, entiendo. Pero bueno, ya deberías pensar en algo serio, ¿no?- reprendió Lucía.
-No se puede pensar en algo serio con alguien mientras no se tenga el corazón limpio, Lucía- Santiago miraba las hojas de los árboles y cerraba los ojos, recordaba la última vez que estuvo ahí con ella y pensó en que, como esas hojas, también él había perdido ese brillo que le daba el rocío.
-¿Has matado a alguien?- se precipitó Lucía.
-No, tonta. No me refiero a eso- explicó Santiago.
-Yo tampoco te he podido olvidar, me acabo de dar cuenta- balbuceó Lucía.

Los cuerpos se quedaron inmóviles, se detuvo una vez más todo, la quietud solo era removida por algunos pequeños remolinos de viento que venían del sur y que movían el cabelo lizo de Lucía, que se cogía las manos con más fuerza a medida que pasaban los minutos. No dijeron nada un buen rato, solo se miraron, fijamente, escrudriñaban lo más profundo de sus sentimientos e iban sintiendo impulsos inexplicables, ¿después de tanto?, sí, después de tanto.

Subieron al carro de Santiago y se fueron a pasar la noche a un hotel fuera de la ciudad, alguna vez antes habían ido, cómodo con una vista envidiable llegaron al cabo de una hora de camino. Pero, ¿tu futuro esposo no te va a esperar?, que no estará toda la noche, entiendo, y ¿le has sido infiel alguna vez?, ¿que no pregunte tonterías?, bueno solo era una curiosidad, ah, que solo conmigo le has sido infiel a alguien, bueno, te creeré, pero aún no le has sido infiel, que me calle, está bien, me callo, solo si me prometes algo: haz que esta noche sea la más larga de todas las noches de mi vida, por favor, Lucía.

No le preguntó más por Valeria, no hablaron más de Alberto, entraron al cuarto y recordaron desde el momento en el que se conocieron, hace una punta de años allá en el calor del desierto de Piura, cuando ella iba a la academia, cuando intercambiaban cartas de amistad, cuando en un parque también se dieron el primer beso, la canción que sonaba en sus cabezas en aquel momento y que ahora, después de tanto, volvía a sonar una vez más, y Santiago sintió celos mientras la desnudaba imaginando cómo le haría Alberto el amor a ella también, ¿te quita la ropa él como yo siempre lo hacía?, no y no preguntes tonterías, ¿disfrutabas con él también?, cállate, bésame y hazme el amor tú, porque mi cuerpo nunca dejó de ser tuyo y con nadie disfruté más hacer el amor como contigo, nadie me dio más placer y felicidad que tú, y cállate otra vez, Santiago, porque no sé qué demonios hago aquí si dentro de poco me voy a casar, y no hagas que me arrepienta, amor, olvídate ya de todo, al menos por hoy, por favor.

Y empezaron a besarse los eternos amantes con furia, sus labios rosados seguían tan suaves y tan perfectos y tan dulces y amargos a la vez para él, y los lamía y los mordía y ella a él, rápido, como si el tiempo que quedase fuera muy breve, y asía sus manos mientras la tenía de espaldas besándole el cuello y por detrás de sus orejas como tanto le gustaba antes, como tanto le excitaba, ¿no es cierto, mi amor?, sí, amor, sigue así, siento lo mismo que antes, siento que el tiempo no ha pasado, y de pronto ya le estaba quitando el brasier y veía sus pechos iguales, como antes, y los mordisqueaba y los besaba despacio, luego rápido mientras ella lo acercaba más a su cuerpo y así se iban desnudando ambos, desnudándose de penas, de distancias, de tiempo, de rencores y de olvidos, y revistiéndose de amor, del amor más puro y sublime que iban a consumar en aquel momento eterno para ambos, eterno para todos los que entiendan el amor que ellos sienten.

Entonces besándose quitaron lo último que les quedaba de ropa y quedaron a merced del placer irrefrenable que sintieron, sobre todo cuando él la penetró con su sexo enhiesto y ella sintió como burbujas gigantes que le explotaban en el pecho y en el corazón al ver otra vez el rostro de Santiago y sentir su cuerpo, su constancia y su devoción de vuelta; se sintió completa, extremadamente feliz y en paz consigo misma, y a él el amor no le cabía en el pecho: si tuviera que elegir un momento de mi vida para vivirlo siempre hasta morirme, definitivamente sería este, pensó.
Se dijeron que se amaban, conversaron de lo mucho que se hacían falta y volvieron a hacer el amor infinitas veces como hace mucho no lo hacían, en los lugares y las posiciones menos comunes para ellos, se divirtieron, rieron, bebieron vino, durmieron juntos y con ello, llegó el amanecer y la hora de partir, la maldita hora de partir para Santiago.

-¿Todo va a cambiar, verdad, Lucía?- preguntó Santiago.
-Nada puede cambiar, Santiago, te amo, pero me voy a casar- dijo Lucía mientras se alistaba para partir.
-Pero, tú sabes lo que sientes, cómo te puedes negar a eso…-se exaltó un poco Santiago.
-Yo sé lo que vivo, lo nuestro es muy aparte, Santiago, te espero en mi boda, ahora vámonos que se hace tarde- se apuró Lucía.
Antes de partir, se besaron profundamente, Lucía y Santiago entristecieron y volvieron a llorar. Ella le dijo que siempre lo iba a querer y que ahora sus vidas eran diferentes, como siempre, las luces de la mañana contrastaban con lo lúgubre de la habitación y la tristeza del lugar y así tuvieron que irse ambos, con un recuerdo más en la mente y sin olvido; llenos de momentos, como siempre, pero vacíos de esperanza y de oportunidad, vacíos del nosotros, de una vida juntos, que otra vez se nos escapa de las manos, Lucía.


IV

Dos meses después todo seguía como siempre. Santiago en el trabajo que le gustaba, con una novia que lo quería y a la que nunca volvió a serle infiel; Lucía y Alberto con los preparativos de la boda de la que ya todo Lima se había enterado, una de las más sonadas del último decenio, qué tal matri que se viene, merecen ser felices, hace tanto tiempo que se conocen, y así, las amistades de ambos comentaban con entusiasmo mientras los días se acercaban.

De pronto, un mensaje en el celular de él alteró toda la tranquilidad relativa que vivían las eternas vidas separadas de Santiago y Lucía: Necesito hablar contigo urgentemente, hoy a las 9 en el parque de siempre.
Valeria estuvo a punto de ver el mensaje, pero Santiago lo impidió usando los pretextos más inverosímiles que había dicho en dos años de relación. Esa noche tenían que cenar juntos, sin embargo con esos mismos pretextos salió de su departamento y pidió que Valeria lo esperara, que vendría en breve, que una emergencia, que el ministro necesitaba urgente de su ayuda, que algo ha pasado, yo regreso rapidito, espérame, te quiero.

-Santiago, estoy embarazada- Lucía lo saludó y miró fijamente un buen rato.
-¿Qué?- se sorprendió Santiago- ¿para eso me has llamado?, Lucía por favor…
-Santiago, es tuyo, es nuestro- Los ojos de Lucía no se desprendían de los de Santiago.
-¿Qué?, qué me estás diciendo, Lucía, no puede ser…- Santiago buscó respuestas que no encontraba aún.
-La última vez que nos vimos, ¿recuerdas?, bueno, al día siguiente, en la noche, viajé a España durante un mes, había discutido fuertemente con Alberto y decidí irme y pensar un poco las cosas, ahí pasó lo nuestro, volví y aún no tuve nada con él porque estábamos alejados, y ahora estoy embarazada, ya me hice los exámenes, ¿qué vamos a hacer?- Lucía parecía preocupada y desesperada, buscaba alguna respuesta en Santiago.
-No lo puedo creer…-Santiago no salía del asombro.
-Dime, Santiago, qué hago ahora, estoy a punto de casarme, ¿entiendes?, qué hacemos.
-¿Tú crees en el destino?- preguntó Santiago.
-A veces, pero contigo no- respondió con enojo Lucía.
-No mientas, pero si es así, pues deberías empezar a creer un poco más, ¿no te parece?

No se vieron durante varios días, pero ambos se pensaban, tenían la sensación de que todo había ocurrido sin intervalos de tiempo, sin estar lejos uno del otro, es como si todo hubiese fluido naturalmente, pese a la angustia y lo difícil del momento. Fue entonces, luego de una de esas noches posteriores a la última vez en el parque, que Lucía lo había decidido; se desperezó, fue hacia el lavabo, se miró durante unos largos minutos frente al espejo, se vistió rápidamente, cogió sus llaves y salió hacia la oficina de Santiago. Al llegar, en la puerta estaba él, con la misma cara de niño de hace más de diez años, sus gestos tímidos y moviendo las manos como siempre lo hacía cuando hablaba; junto a él estaba Valeria, tenía los ojos empapados de garúa limeña, y de su propia garúa también, grisácea, oscura, melancólica. Su voz ya no cantaba el dejo como antes, su sonrisa no irradiaba la misma luz, de pronto, se vieron los tres, todo se contuvo, hubo un silencio más largo que todos los silencios juntos que los tres pudieron tener, sentimientos encontrados, explosiones dentro de cada corazón, miradas estrábicas, perdidas, manos nerviosas, brazos que se agitaban de un lado a otro, todo se consumó entonces. Al otro lado, algunos pajarillos cantaban alegremente, comían de las manos de los transeúntes que les daban alimento y volaban, libres, como siempre, tan libres como los corazones de Valeria, Lucía y Santiago.

-Tomé la decisión sin conocer la tuya, pero a veces la vida me sale mejor cuando voy a ciegas, casi sin pensar- dijo Santiago, intentando explicar.
-¿Siempre tendremos una forma diferente de empezar otra vez, Santiago?- Preguntó Lucía.
-No lo sé, solo espero que realmente esta sea la última, Lucía- balbuceó Santiago.



sábado, 12 de noviembre de 2011

Promesas Incumplidas

Calma.

Interrumpida en la exaltación de tus palabras, como a cántaros llueve y el agua se desliza sobre el último resto de sensibilidad que merodea por tu ser, como esperando a que algún día lo aceptes.

De pronto alzas la mirada desesperada, angustiada, un pavor indescriptible te invade. Vuelves tus ojos hacia la mesa de noche, al frente, la radio reproduce sonidos que ninguno de los dos entiende; lo que vamos entendiendo es que cada vez nos queda menos tiempo. Otra vez a mis ojos, el brillo de los tuyos parece haberse perdido, dubitas, buscas algunas respuestas y sin embargo te quedas callada, como si tuviéramos el tiempo recargado a nuestra cuenta y algún momento lo pudiésemos pagar.

Después nada.

He vuelto al lavabo. Veo discurrir el agua por los costados, inunda de pronto todo y después no hay nada, simplemente ha pasado, se ha ido; es demasiado inconsistente como para quedarse, no encuentra respuesta alguna ni razón para continuar en un lugar donde no permanecerá por mucho tiempo porque se lo niegan, seguramente ha de pasarse la vida yendo de un lavabo en otro hasta que alguno se cierre y puedan reposar sus mansas aguas en tranquilidad y paz.

Me miro al espejo y no encuentro nada, la única forma de sentir que estoy vivo es golpeándolo, afuera hay un mundo esperando a que salga para por fin irse de mí, no estoy bien y lo que siento es incontrolable, es como el agua que discurre por el lavabo, la inconsistencia, la abundancia, la nada. Cierro los ojos y vuelvo a imaginar mi vida feliz, a alguna persona que me haga morir en paz, porque entiendo que en este mundo uno de los dos no cabe: o el mundo o yo.

Cierro los ojos como pensando en qué podría pasar, de pronto la puerta se abre, al fondo hay poca luz, solo unas lámparas iluminan tenuemente el lugar, los restos de algunos fantasmas se quedan vagando a la espera de alguna pena de la cual puedan alimentarse, por el momento no les estoy dando el gusto, quizás más tarde, quizás en algún momento sea lo suficientemente valiente como para enfrentar todo; por lo pronto, la puerta está abierta.

-El mundo se irá pronto de ti, algo debes hacer- la voz suave dibujó cada palabra, dulce, con armonía-solo trata de no huir.

-Ya es demasiado tarde, ¿y tú quién eres?-Dije sorprendido, la luz del dormitorio se hacía cada vez más intensa pero no llegaba a cubrir todo el lugar.

-Lo que esperas; sin embargo, este no es un buen lugar-la mujer se detuvo exactamente al frente de Gabriel-volverás a tus sombrías tardes, a las noches insomnes, a los recuerdos vagos y al llanto desconsolado que te produce esa sensación de soledad.

-¿Cómo lo sabes?-asombrado por esa confesión me volví hacia ella y dejé fija mi mirada en sus ojos, eran grandes y brillaban, como ver la miel pura; me detuve un tanto y en la profundidad del momento pude observarla mejor, tenía el alma triste, probablemente quería morir tanto o más que yo.

-Soy como tú, el ángel o el demonio que quieras ver, la contradicción de lo supuesto si quieres-sus manos eran blancas y suaves, las subió y pasó por el rostro de Gabriel delicadamente, casi no lo tocó pero él sintió toda la energía que ella traía consigo, lo bueno y lo malo-Estoy sola.

-No es lo mismo, en realidad hay algo que quisiera que sepas, yo intenté de todo, quiero dormir unos cuantos meses, tú entiendes, descubres la realidad y pareciera como si te sedaran por tanto dolor, es como si una bala entrase sin quemarte, solo el dolor y la angustia, la misma angustia que las personas sienten cuando hay un terremoto-seguía con los ojos fijos en ella, en su cuello tenía una estrella de plata que colgaba hasta su polo, el escote dejaba ver la punta de abajo-tus ojos no me mienten, aunque todo tu cuerpo lo haga, ellos no.

-Estoy sola y te necesito-Una lágrima de pronto cayó, de sus ojos fue a deslizarse por su cuello, terminó inexplicablemente mojando la estrella que colgaba encima de su polo.

-Yo no sé si necesite a alguien, eso es lo peor, he necesitado tanto siempre de alguien que mi confianza por las personas está destruida, no encuentro confianza en mí mismo-cerré los ojos y alcé mi rostro un poco, su mano tocó suavemente la mía, una energía demasiado fuerte se apoderó del lugar, en el momento había tensión placentera, unas ganas de entregarse el uno al otro sin siquiera tocarnos la piel.

-Estoy sola, te necesito y he venido por ti-lo dijo tan suave y con tanta seguridad que en aquel momento le creí inexplicablemente, ya no quería creer en nada ni en nadie, solo en mí mismo-escríbeme una historia en donde estoy contigo para siempre, donde soy feliz haciéndote feliz a ti, escríbela mientras yo hago lo posible por que no puedas acabarla nunca.

-Estrella, no es posible-Abrí mis ojos y me acerqué un poco más, la música confusa del final había terminado, algunas voces más se oían pero era como estar en silencio, no pudimos percibir nada más que ella a mí y yo a ella.

-No te quiero ver morir de a pocos, no quiero dejarte de amar ni que dejes de creer en el amor, en ese amor en el que solo tú y algunos creen, el amor que nadie está dispuesto a vivir por miedo, por vergüenza, por ego-llevó su índice y anular a mis labios, cerró sus ojos y sopló levemente mis labios-tú no mereces ser invisible, yo quiero salvarte, vivir solo por ti.

El lugar otra vez en calma, en silencio. Los susurros iban volvían a los oídos de ambos mientras afuera el mundo se estaba acabando, yo me sentía inmensamente desdichado a ratos, y por otros momentos me olvidaba de todo y era feliz, Estrella apareció entonces para canalizar mis sentimientos, para recordarme que mi vida no se estaba acabando y que aún existía alguien.

Cállate.

No intentes arreglar algo que empezamos a destruir hace mucho tiempo, no pretendas decirme que ahora sí ves todas las cosas buenas que tengo y que soy el mejor, cuando no fue así antes, cuando no supiste valorar lo que hacía por ti, ¿acaso yo tampoco lo hice? Es cierto, sé que lo piensas, no íbamos en el mismo sentido entonces, pero ya es muy tarde, ya no llores, ya no te esfuerces, ya no.

-Quiero, pero tengo miedo a morir-mi cabeza cayó con fuerza sobre su hombro y mis brazos presionaron fuertemente su espalda, aunque delicadamente, era una especie de pacto implícito, he sabido lo que sientes, tú sabes cómo estoy, ven conmigo.

-No hagas nada, no intentes nada, duerme tranquilo, espera, deja que yo sea la que te enamore, la que haga todo por ti-sus labios se acercaron mucho a mi oreja, quería llevarme a otro lugar, a otra realidad, sacarme de ahí y que me quede con ella.

-Ya no tengo confianza en el amor, en el fondo quisiera quedarme solo, escribir esa historia que siempre quise desde algún lado donde nadie me alcance, donde pasen los años y pueda vivir, pero también, morir en paz-los sonidos que venían de afuera eran cada vez más fuertes, pero sabía que algo tenía que suceder antes de irme, solo que no sabía qué.

-Ellos vienen por ti, es probable que no te pueda volver a ver hoy, y si el destino así lo quiere, entenderé que no me estoy equivocando de camino, que darte todo será lo mejor que me suceda-me miró fijamente a los ojos, tomó mi mano y puso sus labios en los míos-te quiero, si debo dejar la vida absurda que llevo por conseguir mi felicidad, que sé que eres tú, lo haré.

Lágrimas.

Has vuelto rompiendo una puerta que estaba sellada con mis más profundos miedos, con todos los temores que jamás nadie entiende, has pasado por encima y me has visto a lo lejos en brazos de otra persona, y sabes que lo peor de todo es que me sentí bien; no lo vas a entender, tus ojos dibujan la tristeza como si fuera una obra de arte, en el fondo sientes una culpa que jamás piensas que se irá. No es para siempre, te quedas unos minutos pensando, imaginas una vida feliz después, no valgo la pena, no era para ti, ya no importa, seré fácil de cambiar, un amor que no funciona hay que cambiarlo, no hay nada tan difícil en esto, y estás bien, siempre terminas bien, a ratos te nublas, volverán a tu mente los recuerdos en los lugares más felices, las horas vespertinas mirando algún crepúsculo; volverá mi alma grisácea a nublarte con toda mi pena, la inconsistencia, la inestabilidad, el miedo que no supe controlar.

Es hora de irme entonces, no tengo más que hacer aquí aunque antes tenga que dejar en claro ciertas cosas.

-No importa si vienen por mí, tampoco sé si quiero intentarlo, no sé lo que quiero porque cuando lo intento siempre fracaso-mis palabras se atropellan una con otra, cada vez están más cerca de mí, ya no lo puedo evitar, vienen por mí.

-Nadie ha sabido entender que tú eres un poco amigo de la soledad, ahora todos tan juntos, tan mezclados, tan en masa, inconsistentes, sin alma, no se pueden detener a pensar un poco en las cosas más profundas-me consolaba con sus manos, su boca se movía y parecía que en algún momento se iba a derretir como el chocolate en el calor-nadie sabe estar solo, tú tienes eso que ya no hay en ninguna persona, descubrirte es muy fácil si te pones un momento del lado de la soledad, sabría lo que necesitas, lo que realmente eres.

-Es hora de irme, aunque sé que esta noche no ha terminado-me despido triste, como buscando algún pretexto para quedarme, sentí que debí aceptarla pero luego fui un mar de confusiones.

-Vas a estar junto a mí porque jamás quisiera que nadie vuelva a herirte, demostrar algo tan simple no es tan difícil, no quiero hablarte, lo haré-me besó la frente y di media vuelta, dejé un instante eterno de mi vida en aquel lugar, al que, por cierto, jamás volví, ella se quedó con mi fragancia en su cuerpo, me vio desaparecer, tampoco hizo nada para buscarme, sabía que nada ya podía hacer en aquel momento.

Fin.

La historia se cierra como un libro viejo cuyas historias se han repetido hasta la saciedad. Volví a pasar por el salón grande, donde estabas con todos tus ángeles, tus amigos salvadores, me aterró la idea de estar absolutamente solo al inicio, no esperaba lo que pasó, ahora ya es tarde, buscar culpables o pretextos no sirven; bésame la frente cada noche al dormir, déjame besarte los labios poco a poco y sentir que eres completamente mía, caminar de la mano por las angostas calles que tanto te gustan y el mar de fondo, el viento que soplaba fuerte, los abrazos, alguna promesa perdida. Eso es, alguna promesa perdida ha vuelto hoy en forma de otros ángeles a traernos otra salvación, ya no la que nos prometimos, ya no cabemos en el mismo lugar, y el mundo no cabe en mí, o yo no en él.

La inconsistencia, la incertidumbre, la inestabilidad, la última fiesta, tus amigos abajo, tus lágrimas, las mías, tu silencio, tu desidia, tu forma de pensar siempre segura en el mañana; tu hermana, su corazón, su miedo de perderme, el que me haya seguido hasta tu cuarto, decirme que me quería y que iba a hacerme feliz.

Promesas incumplidas, mi soledad, mi amistad con ella, mi alma sombría que nadie se atreve a entender, el mundo alejado al que pertenezco para el amor y la fortuna de haber sido valiente para reconocer que no se puede solo, aunque siempre se termine de la misma manera.

Calma, no vuelvas, si al final va a ser lo mismo, como todo en mi vida, siempre vas a terminar yéndote.

http://www.youtube.com/watch?v=ITQpforqQJQ

lunes, 21 de marzo de 2011

Mágica, silente, flotante.

Yo recuerdo haberme sentido el más poderoso escritor, haber merecido quizás un nobel, tener una coraza irrompible de palabras abstractas que circunden los corazones más fieros y los quebranten como un débil cristal.

Yo quería ser un eximio escritor, un poeta de verso dulce, diáfano, armónico, un contador de historias diferentes, de volátiles personajes, hadas y cuentos mágicos, hasta que sucumbí ante mis propios deseos, ante la fugacidad de mis creencias, ante lo inconsistente de mi abstracción de la realidad, ante ese mundo que solo personas con halo etéreo pueden hacernos conocer.

Yo era un escritor ducho hasta que leí este blog y mi teoría flotó como el cierzo con las hojas del otoño.

Gracias por ser tan diferente, por dejarme ser a ratitos, parte de ese mundo increíble al que perteneces y del cual estamos a veces tan distantes.


[A Jennyffer Salazar Ercilla, para siempre.]

viernes, 18 de marzo de 2011

Te juré que para siempre

Cuando entendamos que no sumamos días a nuestras vidas, sino que los restamos, quizás nos dediquemos fervorosamente a vivir como queremos, a dar todo de nosotros hasta donde el corazón alcance.


[A mis mejores amigos, los que hacen que escriba siempre las mejores historias.]


Así como la tarde cae lentamente y va perdiendo la claridad el sol, y todo se obnubila de pronto, el cielo es más breve, en el fondo las montañas van verdiendo la fuerza y ahora están como detrás de una gran cortina grisácea, así como las hojas rosadas de un árbol copioso van cayendo de a pocos, el otoño que se acerca, así la vida pasa, así el tiempo pasa, así el cierzo vuelve y no te puedo olvidar.

Dicen los que estudiaron filosóficamente la vida, que en ella hay una ley del eterno retorno, que algo que llega y permanece, jamás se va, probablemente esa ley no se cumpla con todos, quizás llevemos un gen dentro que nos haga más propensos, quizás es por eso que a pesar de todo el tiempo, de que tu vida es completamente distinta a la mía, vuelves en alguna canción, en alguna fragancia, en alguna sonrisa de una niña que pasa por la calle, me mira contrariada, me sonríe al final como lo hacías tú.

Me esperabas desde siempre y aunque reconocías que había tardado, ya no te importaba, igual todo era perfecto, ¿algún defecto?, ninguno, yo era perfecto y naturalmente lo creiste siempre, incluso hasta el final. El miedo que tenías al principio se fue, se apagó como tus ojos esa tarde mientras octubre sonaba, mientras me prometías que jamás ibas a dejarme y en mi mente las ganas infinitas de quedarme contigo para siempre, todo tan común, como la gente se ama, como cualquiera promete: sabías que no éramos como el resto de las parejas, sabías lo que realmente valía y por eso me cuidabas.

-El color de tus ojos cuando el sol te ilumina-dijiste despacio mientras te apretaba fuerte las manos- el sonido de tu voz, tus silencios, tus miradas.

Esa capacidad de hacerme sentir la persona más importante del mundo, ese sentido de la abstracción cuando estabas conmigo, las ganas de verme, lo que hacías para tener un segundo de mí, solo uno, esos minutos que te resultaban eternos cuando no contestaba una llamada, cuando no respondía alguna carta, cuando no me encontrabas y parecías más perdida aún.

-Contigo aprendí a decir lo que pienso-me mirabas agradecida, como suplicando que jamás me vaya- aprendí a no tener miedo, aprendí a entender que eres la única persona con la que siempre quiero estar y a demostrarte todo lo que siento.

No podría hacer cosas que antes hice contigo, nunca otra vez de rodillas para decirle a otra persona que se quedara conmigo, que intentara quererme como tú lo hiciste, que entienda mis manías y mis formas, mis demonios, mis ángeles, que sepa lo que realmente hago, lo que voy a decir, que se preocupe a cada segundo por mí, que aprenda a decir las cosas, a hacerme entender, que no se calle cuando un fantasma acollona. No habría, no podría.

Soy el hombre perfecto, ese que no tiene error alguno, soy el hombre que soñaste, el príncipe del cuento que tú misma te encargaste de crear, de escribir y al cual jamás le pusiste final: se lo puse yo. ¿Contra quiénes he peleado todo este tiempo que no has estado aquí, estos años infinitos en los que a veces tu imagen parecía desaparecer lentamente como una foto ardiendo en la hoguera?, al final yo cometí el error.

La calle está sola y ahora es invierno, he dejado de escribir algunos meses pero jamás olvidé esta historia ni un solo día. La he releído cada día, cada madrugada frente a la única foto que me quedó de ti, con una pluma y poca luz, hasta el amanecer cuando los rayos del sol empezaban a filtrar por la claraboya, donde caía rendido ante el cansancio y la tristeza de pensarte y saber que no ibas a estar jamás aquí.

Han pasado casi veinte años y no he dejado de sentir como se me contrae el corazón cuando pienso en lo bien que debes estar, en lo mucho que me has hecho falta, en lo grandes que están mis dos hijos y en lo solo que me he quedado, que se convirtió en una maldición desde que hice que te fueras. Les he hablado de ti, ya son muy grandes y entienden la situación, saben respetar, son muy maduros, todos llevan algo de ti porque yo también lo llevo, ahora conocen el verdadero sentido del amor, la forma de amar cuando uno realmente lo siente, de que el tiempo es cada vez más corto y si no se vive al máximo solo vivimos para morirnos a tiempo completo, eso fue lo que tú me enseñaste con acciones, con paciencia, con amor que superó mil problemas de todo tipo, menos el más grande, ese que jamás se resolvió y que me hizo perderte.

Desde ayer no perteneces a este mundo y quería dejarte esta carta, que en algún momento pensé dártela para que sepas que me he pasado la vida tranquilo y que mi felicidad se fue contigo hace ya muchos años. Desde que te conocí, esa noche estrellada en medio del bullicio de la gente y de miles de miradas que se cruzaban, esa noche en que descubrí que era más de lo que yo creía gracias a ti, hasta el tiempo que estuvimos juntos, que me hiciste feliz y yo más a ti, desde esos momentos sabía que algo me iba a abrazar toda la vida a ti, quizás tu único error fue creer que era perfecto, en descubrir lo falible del otro está el secreto de la eternidad al lado del otro, lo descubrimos demasiado tarde.

Cuídame, siempre vas a ser la primera estrella de la mañana, y cuéntale a Dios que aquí en la tierra también sabemos amar.
El recuerdo y las historias son las que nos hacen permanecer en la eternidad.
Gracias porque en mi memoria aún soy feliz por ti, te amo.

PD: Prométeme que llorarás como yo cuando veas el vídeo de esta canción.

sábado, 8 de enero de 2011

No siempre es perfecto (a pesar de ti)

Tarde de verano. El cielo aún reflejaba sobre las calles los últimos rayos del sol que cada vez se hacían más débiles; en la ciudad, las pistas olían a caucho que se mezclaba con el vapor que dejaron los casi 35 grados de calor del mediodía, los carros, las bicicletas, la gente caminando, todo tan normal, todo tan igual, y por la calle, Santiago, carajo, estoy demasiado tarde, ya me debe estar esperando. De pronto el celular suena, ya mi amor, ya voy a llegar, es que el carro se ha tardado, mentira, es que te has ido a pie para ahorrar el pasaje y juntar dinero con el que puedas comprar tu regalito del mes.

La esquina de la calle Madreselva llena de sombras por los grandes árboles que están a los lados de la calle, en una esquina más ovalada que cuadrada esta tu academia de inglés, teníamos que llegar antes de que empiecen tus clases porque tu profesor jode, ¿no amor?, sí, es un pesado, pero no importa porque la pasé contigo, Santiago.
Se despidieron como siempre con un beso en la boca, sin prisa, sabían que se iban a volver a ver al siguiente día y que todo este suplicio de no estar juntos tanto como quisieran se iba a acabar cuando vuelvan a Lima. De pronto, en una esquina, mientras que se daban el adiós, un tipo de camisa celeste y cabello corto, de ojos grandes y porte robusto los observó muy cerca, casi radiográficamente, a ella primero y cuando se alejó se quedó con la mirada impregnada en él. Su cara reflejaba la incertidumbre del que trama algo, del que piensa rápido, del que quiere avisar a alguien. Cuando Santiago volteó a los pocos segundos, ya no había absolutamente nadie en la esquina, el tipo de la camisa celeste estaba solo, tenía un celular en la mano y de pronto desapareció, sin preocupación se puso a pensar, qué buen día, gracias por el libro mi amor, lo leeré cuando termine el que ahora leo, me encanta que te guste leer tanto como a mí, amor.

Cruzó las dos pistas de doble vía de la avenida Cutervo, una mototaxi casi lo arrulla, pasó cerquísima a él. El semáforo se puso en rojo y al fin pudo terminar de cruzar para seguir de frente por la calle Jacintos, donde antes de ver a su chica compró una cajetilla de cigarrillos en una tiendita cuya señora fue muy amable, esta es una calle segura, pensó. De un momento a otro se abstrajo del planeta, estuvo ido, Santiago pensó en su chica, sacó del bolsillo inferior de su bermuda la cajetilla, había un vientecito fresco que le tiraba para atrás el cabello y le provocó fumar. Se quedó parado un momento y encendió el cigarrillo después de varios intentos, abrió el libro y se puso a ojearlo mientras con la otra mano sujetaba el pucho, el reproductor estaba en 'play', escuchaba un disco en vivo de los Cafres, Luna Park, carajo qué buen disco, qué ganas de fumar hierba, qué buen día.

Ese momento fue el acabóse.

A la mitad de la calle, como nunca Santiago caminó por la vereda, no pensaba en absolutamente nada y de pronto siente una mano que sujeta su cuello con fuerza, inmediatamente y aún adormecido por sabe Dios qué carajo, se rió y volteó hacia su lado derecho, carajo, quién es, quién está jugando así, jajá. Sus ojos giraron y de dieron con la hoja metálica y sucia de un cuchillo más grande que el de cocina de la abuelita Ruperta. Un sabe de proporciones enormes, inmediatamente llevó sus manos hacia su oreja para sacarse los audífonos y poder oir, a sus dos lados dos tipos, el que tenía el cuchillo era más alto que él, polo colorido, sucio, la cara con cortes, aretes, presionó el cuchillo contra su pecho.

-Cállate mierda, ya perdiste, saca todo lo que tienes-Dijo lentito el cholo.
-Puta madre, ya perdí, ya fue-Dijo Santiago-. ¿Qué más tengo? ya lo sacaste cholo reconcha de tu madre, pensó.
-Cállate huevonazo te he dicho-Su cuchillo se hundía cada vez un poco más en el pecho de Santiago, la presión de su brazo atenazando su cuello-. Te voy a matar hijo de puta. Los bolsillos de abajo, los de abajo!
-No me cagues, bart- Dijo Santiago tranquilo, sin oponer resistencia-. Yo te voy a dar todo, llévatelo, fresh, pero, un favorcito, déjame el chip, mis documentos, no me cagues...
-Cállate concha tu madre-Gritó por tercera vez el cholo-. O te clavo mierda, rápido, todo.

Sacaron en un santiamén el Nextel, un Mp4 y la billetera con absolutamente todos los documentos. Subieron a una mototaxi verde cuya placa no pudo ver, era muy difícil atinar a algo en ese momento, tenía una confusión enorme en la cabeza y aún le quedaban espasmos de letargo que se reflejaron cuando vio que los rateros se alejaban raudamente y en la calle ni un alma, nadie, y si hubieran visto igual, qué chucha, a nadie le importa, así siguió caminando como si nada hubiese pasado, abrió el libro, lo volvió a hojear, le dio una pitada al pucho que estaba fumando y al llegar al parque del reservorio, lo tiró inmediatamente al pasto sin apagarlo, tenía un sabor de mierda, un sabor a confusión, a ira, a sueño, a nada.

-¿Qué, cómo así, estás bien primo?
-Creo que sí, se llevaron todo, solo me dejaron este celular que por suerte no advirtieron-dijo Santiago-. ¿Si me asusté? no, es más, no creo que me haya pasado, estoy soñando.
-Tienes que ir a denunciar en el acto-dijo furiosamente la prima Cucha-. Por eso es que roban y roban y nadie denuncia y jamás hay policías. Un cuchillo grande, Dios mío, tú seguro con los audífonos, eres un exibicionista, primo.
-En Lima jamás me pasa esto, esta ciudad está salada, Ica no me quiere-protestó Santiago-. Salvo por ella, pensó, salvo porque la veo siempre y me hace feliz. Sonrió de pronto.
-Vamos a la comisaría, allá en la avenida J.J Elías, rapidito nomás, por tus documentos, quizás después te involucren con cualquier mafioso- se apresuró la Cucha.
-Carajo, tanta cosa, bueno vamos pues, pero acompáñame y...-Santiago puso cara de confusión y súplica-. Préstame el pasaje, no me dejaron ni reintegro.

La fachada verde agua, no más de un metro de altura, una puerta de rejas negras, algunos fierros oxidados, a continuación, un patio grande y recién la puerta principal que no existe, Santiago y Cucha entraron rápidamente, a la derecha un cuarto dentro de los cinco que hay en la primera planta, en todos, máquinas de escribir, computadoras y grandes cuadernos forrados con lustre verde, en todos movimiento y caras espantosas, cholos de mierda, rateros conchasusmadres, muéranse todos, pensó Santiago. En aquel cuarto un policía uniformado salió al encuentro.

-Jefe, vengo a hacer una denuncia- dijo Santiago con voz firme.
-¿Sobre qué?- el policía se tocaba el quepí, la camisa estaba medio salida-. Robo, de qué.
-Celular, mp4, billetera con todos los documentos, todo.
-Suba al segundo piso, el primer cuarto de la mano izquierda, buenas tardes.

No tienen ni mierda de buenas, pensó Santiago. Las caras se confundían y las miradas eran cada vez más densas, infundían miedo, acollonaban. Subió las escaleras que tenían barandas de madera medio apolilladas, a la izquierda, carajo, esto deprime, parece hospital público.
El cuarto era grande, el color de la pared mostaza, en el medio se notaba la humedad, álgunos manchones, enfrente de la puerta de entrada, una gran ventana que daba a la calle y que estaba rota, probablemente por una piedra o algún puñetazo, pensó y re pensó Santiago, qué carajos hago acá, cholos de mierda, choros de mierda, cholo, choro, la misma huevada es.
Doce computadoras, seis escritorios, dos computadoras por escritorio, al fondo otra puertita más pequeña, un señor de peinado colosal y bajito, con cara detectivesca y lentecitos entraba y salía con papeles y apuraba a la gente. Todos vestidos de civil, ni uno con pinta de policía, cholos, cholos y más cholos.

-Quiero hacer una denuncia, es sobre un robo y me dijeron que aquí...-se apresuró Santiago.
-Siéntate, espera un momento, estoy tomando otra manifestación-dijo el tipo de la máquina de escribir que estaba en el medio de todas. Un hombre bajito, una camisa marrón D&G, seguro de 10 soles pensó Santiago. Tenía más apariencia de ladrón que de policía- Siéntense.

Una camioneta con lunas polarizadas frenó en seco en la puerta, Cucha y Santiago fueron a la ventana de donde se podía ver la avenida J.J Elías, que ahora tenía doble pista, que estaba bien asfaltada, bien pintaditas las líneas de amarillo, cómo avanzan no, el progreso es una mierda, progresar no es más cemento, es más seguridad, ineptos, corruptos de mierda, si yo fuera presidente, Santiago cálmate, siempre te enojas solo en tu mente.
Nombre, Mario Martínez, edad, cuarenta años, qué hacía por las inmediaciones del Puente Grau, nada jefecito, no he hecho nada, suélteme pues, no sea malito, no sea así. Un oficial le tomaba la declaración mientras él se sentaba en la banca donde Santiago y Cucha se habían puesto antes. Carajo, revisen rápido, pidan información del sujeto. Así que eres chistosito, no, veremos. Ya pues jefecito, yo no he hecho nada, me hacen perder tiempo, mi nombre es Mario Martínez, ¿Martínez qué?, Martínez Calderón, jefe. Ya pues, tengo que trabajar.

Al otro lado de la calle, un grupo de turistas llegaban con sus mochilas y su andar lerdo. Estaban distendidos, menos preocupados. Entraron a la sala de la infamia, aún no tomaban la denuncia de Santiago, todos estaban abstraídos en sus computadoras, un señor llegó de lejos a denunciar el robo de una llanta y de una jaba de uvas, pobre pensaron, no podrá comer hoy, y encima lo hacen esperar como a perro.
Los turistas se acercaron a una de las mesas contiguas a la puerta de entrada, un tipo de polo guinda y de cara más amable, jovencísimo les tomó la declaración. Carajo, a ellos sí, en fin. Mientras eso, Santiago se acercó a otro tipo gordito que estaba en su computadora. Quiero hacer una denuncia, disculpe señor, estoy en mi día de franco. Carajo, para qué estás acá entonces, ineptos, más de una hora y nada, por eso es que la gente no denuncia pues, Santiago, tienes razón Cucha, gracias por acompañarme, le mando un mensajito a tu amiga si quieres, para que vaya a visitarte después de este desmadre, ya gracias, eso estaría genial.

El robo de una cámara Nikon, profesional, carajo, se han llevado casi dos mil dólares ahí. Al fin se fueron, sentémonos, este joven parece buena gente y ávido a escucharnos.

-Quiero denunciar un robo- Santiago estaba harto de esa frase de mierda.
-Un robo, interesante- Sus ojos circundaron el asiento en el que estaban Santiago y Cucha-. Qué te han robado.
-Celular, mp4, billetera, todo- Santiago puso la cara de enojo más notoria que pudo- Mis documentos, lo más importante.

Se levantó y trajo un cuaderno de 500 páginas, de pasta dura, con el lustre verde de siempre, lo abrió totalmente e hizo tres rayas verticales en el lado izquierdo y una vertical dejando ocho cuadraditos en el izquierdo. Los conté, ¿por qué carajo no usan la computadora?, estamos demás acá, carambolas. Tomó dos lapiceros y una regla.

-Nombre completo-dijo el joven dibujando una línea rara en la hoja.
-Santiago de la Borda- dijo Santiago, seguro, sin vacilar-. 23 años. Lima. 35467890. Celular, mp4, billetera, carné universitario, carné de biblioteca, carné del metropolitano. No, acá no vivo, iba caminando por la calle Jacintos y bajaron dos, me amenazaron con un cuchillo y me quitaron todo, no tomé la placa, sí, subieron atrás de la mototaxi, ajá, rumbo al parque del reservorio.
-Nada más, mañana pagas al banco de la nación y vienes para que te den la copia de la denuncia y tramites tu DNI- Se despidió la voz del joven.
-¿Y qué hay con mis cosas?-Santiago protestó. Es difícil encontrarlas, no tenemos sospechosos, ese de allá, el tal Mario Martínez ha convencido a los guardias, hizo un trato y ya va a salir porque no tienen pruebas, pero segurito ha robado, así estamos de jodidos.
-Carajo, o sea que ninguna esperanza- dijo santiago-. Al menos patrullen más la zona, siempre hay voces de que han robado acá, mototaxis, motos comunes, siempre y ustedes acá rascándose las pelotas. Tome en cuenta mi pedido y patrullen la zona, cuándo se ha visto que en San Isidro, que siempre ha sido un barrio tranquilo, pasen estas cosas.
-Lo tomaremos en cuenta, no se preocupe, buenas tardes joven.
-Por cierto, ¿por qué todas las denuncias las hacen a mano y en ese cuaderno. Y las computadoras? - Se intrigó Santiago.
-Es que no hay tinta, todo tiene que ser a mano nomás, así estamos.

Soltó un carajo y pensó, somos la última rueda del coche, cada día vamos de mal en peor. Dos horas casi para hacer una denuncia de diez minutos, Cuchita, así estamos primita, qué desgracia, qué jodidos estamos. Bajaron del cuarto por la escalera fantasmagórica, seguían llegando los detenidos, las caras malditas, de odio, de cólera, cholos apestosos, cara de cuys, resentidos, gozen de mi plata nomás, ya les va a llegar su hora, porque hasta la justicia está con ustedes, que los trae y los suelta. Salieron de la comisaría y caminaron rumbo a las agencias, camino a la avenida Municipalidad, que llega hasta la Plaza de Armas, todo igual, las comisarías son un mundo, es como el hospital pero sin inyecciones. De pronto un mensaje al único celular sobreviviente: Amor qué pasó, recién veo tu mensaje, qué te robaron, puta madre, todo ha sido mi culpa, lo siento, amor. No te preocupes, no tienes la culpa, todo sucede, este país es el que está hasta las huevas mi amor, dos horas para denunciar, ni un policía en las calles, mal trato en la comisaría, poco interés, un cuaderno mal hecho, a la paporreta, la denuncia archivada, todo mal, amor. Pero algo tenemos que hacer, así no nos podemos quedar, revolución, carambolas.

-¿Aló?-contestó temeroso Santiago.
-Santiago, soy Rocca, me enteré de que te han robado, estás jodido, pero yo sé de alguien que acaba de ver tus cosas así tal cual, tu Nextel, el reproductor- Rocca se apresuró.
-Quién, carajo, las puedo recuperar- con esperanza, Santiago- ¿En tumbes?
-Ajá, el mercado negro, la cachina de Ica, eso es la calle Tumbes. Un patita mío ha visto eso que te robaron, ha llegado calientito hace diez minutos, ahí te lo pueden vender fácil a la mitad de precio, aprovecha- animoso, Rocca intentó calmar a Santiago- Si quieres yo te acompaño.
-Vete bien a la mierda- le gritó Santiago-. O sea que me roban y yo tengo que comprar lo que me han robado, ta' que eres pendejo.
-Yo solo quería ayudar- se lamentó Rocca.
-Gracias Roquita, pero a veces eres medio imbécil.

Colgó y siguió caminando con Cucha, vamos a tomarnos algo, gracias otra vez por acompañarme, toda la tarde he estado así, qué estrés, por cierto me ha provocado un cigarrito, es lo único que me calmará ahorita. No fumes primo, peor es, no sé cómo te puede gustar eso.

-Mis puchos- dijo Santiago- ¡hasta se llevaron mis puchos!
-Dónde los tenías-dijo Cucha.
-En el bolsillo de abajo, con la billetera, hasta eso se llevaron estos conchas - Santiago era la resignación hecha persona- solo me dejaron el encendedor.
-Jajajá, por vicioso-se burló tiernamente Cucha.
-Cholitos, morlacos, marrones cara de cuys y la reconcha de sus madres, ni siquiera un puchito, esto es el acabóse- gruñó Santiago-. En este país estamos demás, Cuchita.

lunes, 13 de diciembre de 2010

No te rindas, un ángel te cuida

Era ella en la escencia de su estilo, en la perfección de sus pasos, en la seguridad de su camino, era ella haciéndolo olvidar por un momento la figura tierna y dulce, los ojos negros y grandes y el cabello lacio azabache de Ariana, la chica de la que estaba enamorado y que, por cierto, no le daba un quinto de bola.

Volvía apurado caminando por la acera que divide la Javier Prado con la Universidad de Lima, y con el reproductor en 'play' miraba los salones vacíos y las luces que ya se dejaban ver mientras que la noche iba cayendo lentamente y el sol de fondo dejaba ver sus últimas luces. Había tomado una combi equivocada que iba por la avenida Encalada y él quería ir a Camino Real, entonces no le quedó más remedio que bajar y volver a cruzar toda la mierda que es Javier Prado en hora punta y con carritos y combicitas que van zigzagueantes por los carriles de la ancha vía, pero como Uzielito es correcto y educado, ni cagando irrumpiría a empellones sorteando carros cual culebra selvática o como un loco calato africano con el mambo al aire, no, él prefiere darse absolutamente toda la vuelta y cruzar el puente de la universidad y llegar al paradero del otro lado.

Así lo hizo, con el reproductor encendido, sonaba en sus oídos la melodía 'esta madrugada' de Amaral y como siempre, en su mente solo estaba la imagen de la muchachita de ojos vivaces y de cabello liso, tan liso como su corazón. La había conocido hace algunas semanas por intermedio de amigos en común, en una reunión vespertina en la casa de unas gemelas muy amigas de él, se habían mandado mensajes durante varias semanas, habían salido un par de veces y en eventuales ocasiones, se trataban como algo más, era todo muy extraño porque o él estaba malinterpretando las cosas mal, o ella estaba jugando un poco con la inocencia de Uziel, que tonto no era pero confiado sí. Quizás se ilusionó rápido, quizás pensó cosas que no debía, de repente la extrañaba mucho y pensaba en ella, en esas tardes de conversaciones frente al mar, de risas y planes en el futuro, en mil cosas, mil cosas que desaparecieron de su mente por un momento cuando cruzó ese puente al caer la noche.

"Ariana, hasta el nombre lo tienes bonito, cuando pienso en que contigo podría ser feliz y tener una familia bonita, con hijos bonitos, cuando pienso en las tardes juntito a ti en esa banca frente al mar, cuando soy feliz y tú ni cuenta te das al mirarte y descubrir una manera diferente de mirar, de voltear a verme, tu manera de abrazarme y ese perfume que tus papás te regalaron, ese olor que se queda en mi piel y llega hasta mi corazón y no se va, hasta ahora no se va, Arianita, si me quisieras y no te fuera tan indiferente y no me trataras como cualquier cosa, como si fuera un simple amigo más, estoy cansado de ser tanto tiempo tu puto amigo, no me interesa, te quiero tanto como para desperdiciar la fuerza de lo que siento con una simple amistad que te limita a muchas cosas, lo mío no se limita ante ti, ni a lo físico, ni a lo espiritual, ni a lo amical, te quiero tal cual y si me vieras distinto serías muy feliz, Arianita, te juro..."

La gente iba y venía mientras Uziel estaba un tanto ido pensando en que hacía casi dos semanas, él había decido no aparecerse en la vida de Ariana, quería ver si ella lo necesitaba tanto (en un juego que era de uno porque era probable que ella ni siquiera se haya dado cuenta del drama que hacía) como él y si lo extrañaba y si era capaz de reclamarlo. Dos largas semanas pasaron y absolutamente nada, ni un mensaje, ni una llamada, ni una alerta, ni mierda, y en cierta parte no era justo porque él no la había dejado de pensar un solo momento, pero también algo de culpa tenía porque el chiquillo se meaba de miedo de decirle que le gustaba y que quería estar con ella siempre, no podía, se le encogían los cojones y segurito que se iba a morir sin decirle nada y jodido hasta el final.

En un momento todo cambió. Ya había doblado la esquina de Javier Prado hacia Olguín para poder subir al puente y de pronto aparece casi a la misma velocidad con la que él caminaba una muchacha que parecía como salida de un cuento de hadas o de alguna película europea: la Barbie deportista.
Alta, casi del mismo tamaño de él (que no era poco, un metro y 80 centímetros, algo más, algo menos) zapatillas Roxy de colores en una combinación casi perfecta con el color de sus piernas tersas, fuertes, una pulsera en el tobillo derecho y un short apretado hasta la parte más alta de sus muslos, su polo era lila y su cabello también lacio y marrón, se notaba que hacía deporte, que tenía bien cuidada cada una de las partes que lucía sin miramientos en plena calle.

Cruzaron las miradas entre el pase atiborrado de gente que bajaba y los que intentaban subir al puente como Uziel y la muchacha deportista. Tenía algo en esa mirada extraña, como un rastro de melancolía, de tristeza que conmovió a Uziel, la siguió hasta que no pudo más y miró al cielo como intentando tomar un respiro. La dejó pasar primero y así pudo subir las gradas casi sin dificultad, él, agazapado entre el tumulto, sentía más de cerca el perfume que era completamente distinto al que usaba Ariana, quizás en lo único que se parecían físicamente era en el cabello, después, eran todo lo contrario. Y así, hasta que ya no subían una grada más sino que caminaban observando abajo cómo las luces rojas se perdían más allá de sus vistas, sin decir una palabra. De pronto, el silencio entre ambos se rompió.

-Si sigues así de apurado y nervioso, probablemente acabes en cualquier sitio menos en donde piensas terminar hoy.

La muchachita ágil esbozó una sonrisa después de sorprenderlo al decirle aquella frase. Por supuesto, él no entendía un carajo de qué estaba pasando, pero no importaba, ya estaba hablando con ella y era algo que debía ser una señal, porque él jamás imagino ni planeó que todas las circunstancias lo lleven hacia donde estaba.

-Después de esto, apurado no creo que siga y nervioso sí, es imposible no sentirme distinto estando contigo.
-Nos acabamos de conocer...
-Igual me pones nervioso y no sé por qué- Uziel se lo dijo algo contrariado.

La gente y la bulla parecían haber desaparecido porque en ese momento el mundo para Uziel giró en torno a la bella chica de las zapatillas curiosas, que lo miraba con ternura cuando le hablaba, lo hacía sentir cómodo, había hecho olvidar a Ariana, aunque sea por un momento.

-No tengas miedo de caminar solo, date cuenta que tu vida se rige por eso. Sabes a dónde vas hoy pero no sabes a dónde llegarás mañana, ni de aquí en 20 años, no por eso vas a dejar de caminar; aunque no veas claramente qué hay después, no dejes de seguir, pero ten en cuenta que no siempre habrá alguien que esté para tomar tu mano y llevarte hasta tu destino final, a veces tendrás que hacerlo solo, tienes que aprender eso para que puedas sobrevivir.

La escuchó atentamente y la miraba a los ojos a cada segundo, quería grabar su imagen para siempre, y si era posible, intentar tener comunicación con ella siempre. El camino se acababa y para cuando ella terminó de armar todas esas frases, él aún no entendía por qué se las había dicho pero que le sirvieron para sentirse mejor, para hacer que olvidara a Arianita escuchando el consejo fugaz de una desconocida en medio de un puente en una ciudad horrible y caótica a las 6 de la tarde.

-Habrá en tu vida ángeles, personas que aparezcan de pronto y no sepas cómo ni de dónde, simplemente te harán la vida más fácil, tú eres una buena persona, debes esperar el tiempo adecuado, esperar a que no jueguen contigo y que encuentres un corazón a la altura de tu nobleza que te dé alas, que te haga flotar, que te haga llegar a alcanzar una de esas estrellas azules de tanto amor, no te rindas, un ángel te cuida, precioso.

Llevó su mano sobre su cabeza y apuntó al cielo, de pronto, una multitud de gente se empujaba e intentaban subir a empellones mientras ellos bajaban, Uziel se quedó observando una estrella luminosa que, increíblemente, iluminaba el cielo siempre plomo (aún en verano) y triste de Lima, cuando volteó a agradecerle y a abrazarla, ella ya no estaba.

Había desaparecido como por arte de magia, volteó la cabeza a todos los lados y entre la multitud quiso buscarla pero no la halló, nunca le preguntó el nombre ni de dónde era, se quedó con la impresión de que aquella bella muchacha no caminaba sino flotaba entre todos, como un ángel silente que quizás estaba ahí para cuidarlo. De arriba aún, la buscó incansablemente varios minutos pero fue inútil, solo se quedó ese olor del perfume que había sentido cuando empezaban a subir, su mirada fija y su caminar decidido, ahí entendió que la gran diferencia estaba en que ella sabía a dónde iba, que por eso desapareció así de rápido. Los que saben a dónde van, no demoran, hacen las cosas más prolijas y bien, no tienen dudas, no están con mariconerías, Uziel no sabía adónde iba, no se animaba a decir nada, no tenía sino cierto, de lo único que estuvo seguro esos cinco minutos que duró el encuentro con la muchachita bella, fue que estuvo ahí y que quizás un ángel haya bajado para darle una lección de cómo tenía que enfrentar la vida y los problemas, y también para que olvide un poco a Ariana, se salga de el escenario y empiece a ver las cosas desde afuera, de ese punto de vista del que la mayoría de personas que comete errores, jamás ve.

Bajó las escaleras feliz y triste a la vez, quería aunque sea darle las gracias y ver por última vez a ese sueño que fue la chica de las zapatillas curiosas (las amó, amó su estilo, amó todo de ella) de pronto puso su mano en el bolsillo para sacar dinero y comprar agua, la necesitaba, y encontró una cadena de plata que tenía un dije y en él había una inscripción: 'Melpómene'.

No hacía falta armar más el rompecabezas, ya casi lo tenía todo entendido, Melpómene existía y había existido y existiría siempre en su corazón y adonde quiera que él la llevase. Pasaron diez minutos y de pronto le llegó un mensaje al celular.

"Uzielito, ¿cómo estás? ¿qué ha sido de tu vida? Estos días nos tenemos que ver sí o sí, avísame cuando puedas por favor. Ariana".

Uzielito, desde aquel momento entonces, ya sabía qué hacer.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Menú chino

Aquella noche nada podía fallar.

Carlitos había dormido toda la tarde porque sabía que su fiestita iba a durar hasta bien entrada la mañana, durmió como pagado el concha, no lavó los platos del almuerzo a pesar de que su mamá se lo dejó encargado, no limpió ni ordenó su cuarto que tenía las medias percudidas del día anterior abajo de la cama, cuando jugó una pichanga, no hizo ni un carajo porque tenía sueño. El culpable de ese sueño había sido una película porno la noche anterior, una de esas que se compró con tres amigos más (aún castos o viciosos, supongo) en el hueco o en algún rincón del centro de Lima, una de esas galerías donde venden puzanga, yombina y otros afrodisíacos que estimulan la potencia del miembro viril masculino, del mípalo, del amigo.

Como ya había dicho, esa noche nada podía fallar porque precisamente el buen Carlitos iba a estrenar su primera aventura con 'el amigo'. Lo había preparado entonces psicológicamente una noche antes mientras estaba en 'la concentración' viendo aquella película porno: el buen Carlitos tenía 21 y se había graduado con honores, de pajero. Es más, si la Academia Sueca confiriera un Nobel al más pajero, Carlitos se lo ganaba por unanimidad, y con extensión del premio por un par de años al menos. Pero como sabemos que los que entregan y eligen en premio son suecos, por ende lo que mejor hacen es hacerse los suecos y prefieren el protocolo y la huevadita formal.

El precoz joven vio la película y terminó la faena a las cuatro de la madrugada, toda la tarde pudo dormir hasta que se despertó, sacó algo de comida, se bañó, se peinó bonito, se vistió con la mejor ropa y se fue directo a la fiestita.
En toda historia de este tipo hay una protagonista, pasaré a presentarla: Lorena. Rostro armónico, cuerpo delicioso, tetas ricas y sexy al natural, sin fingir mucho, sin pose de cholita de hi5, sin exagerar, era la amiga más 'íntima' de Carlitos, la que, previas conversaciones nocturnas, se había encargado de calentarlo al punto de quedar para aquella noche donde sea dar rienda suelta a sus instintos.

Como todas las buenas señoritas se cohiben con la luz, una paloma (de esas que nunca faltan en las fiestas para emparejar gente o para gozar con el deseo del prójimo) la apagó y soltó una serie de canciones del repertorio más fino de la historia del reguetón. Todas dejaron sus poses de divas y de 'yo soy pinki, boni, fresi' y se entregaron al calor, sudor, bailando reguetón; calor, sudor, sigue bailando y no pares. Las más perjudicadas fueron sin duda las paredes y el piso, por obvias razones que ya comprenderán.

El jovencito, inexperto y agraciadito Carlitos bailaba con su pareja, la pequeña Lorena, cuya entrega al baile es máxima y no escatima en esfuerzos y se abre a la posibilidad de hacer las veces de maestra profesional graduada en alguna universidad (Niza, Calle 8, Los botes) que dicta cátedra como los dioses, tanto que inhibe a Carlitos, el pajerito, porque él es pajero y no sabe mover bien la pelvis para satisfacción de Lorena en el frenesí del baile, sino que solo sabe mover al 'amigo' con sus manos.

Aquella noche nada podía fallar. Ya había encontrado la manera de despertar la pasión y el deseo en su acompañante de aquella noche bajo el ritmo puteril y caribeño, ese que la juventud tanto gusta bailar. Entonces voltea a Lorena, que estaba algo ansiosa y la mira con pose de divo, como si fuera galán de novela mexicana, o en este caso, venezolana, un poco más pobre, e inmediatamente ella lo mira y se muerde los labios y se pega a él, despacito sus manos en medio de la oscuridad van por el vientre de Carlitos, que ya muestra algunos signos de nerviosismo.

La luz se prende bruscamente y del fondo entre la bulla una voz sobresale entre todas y se escucha:

-¡Hoy día sales de pajero, Carlitos, bravo!

Inmediatamente apagaron la luz, Carlitos el pajerito se puso más tenso aún, sin embargo, Lorena lo calmó, intentó buscar rozar su cuerpo con el suyo otra vez, él no se resistió, de pronto ella se volteó y se pegó mucho, logró volver a sentir cómo algo en él iba tomando forma casi humana. Iban al cuarto del dueño de la casa, así calladitos nomás, sin mucho roche, se lo llevó apuradito para que no sospechen aunque la mayoría ya lo sabía. Se tendieron en la cama y empezaron.

En realidad casi ni empezaron y ya habían acabado. Echado en la cama, Carlitos miraba cómo Lorena se sentaba en su pelvis, aún con la falda puesta y se sacaba el polo, tomó las manos del imberbe y las puso sobre sus pechos grandes, él algo torpe, intentaba moverse rápido, no había coordinación entre sus movimientos, lo que hacía y lo que quería hacer tratando de imitar la película porno que había visto un día antes. Al percatarse de esto, Lorenita, como es experimentada, se bajó en invirtió la posición, ahora ella echada y él de rodillas, como perro, intentando darle placer para que puedan llegar al éxtasis al mismo tiempo. Entonces el bajó suavemente la última prenda y hundió su cabeza hasta que sintió que la cama sonó fuerte, Lorenita pensó "puta madre primito, tienes que comprarte cama nueva porque así no se puede", a pesar de todo no lo hacía mal, ella lo guiaba para que vaya encontrando el camino y cada vez lo haga mejor, el problema era que Carlitos es pajerito, con una mano sostenía la parte íntima de Lorenita y con la otra se estaba masajeando el amigo, malsana costumbre.

No habrán pasado ni 6 minutos desde que Lorena invirtió los papeles para lograr una armonía, un equilibrio entre su tiempo de llegar al placer y el de Carlitos, hasta que de pronto, en un estado casi catatónico, frenético, el Nobel de pajero se levantó y dirigió su boca hacia la de ella, mordió su labio y apenas ella sintió que 'el amigo' entraba en su profundidad cónvexa, se iba desinflando como un globo viejo, luego lo empujó y el sacó inmediatamente al intruso malcriado por apurado e intentó explicar en vano lo sucedido...

-Puta Lore, lo siento, es que los previos me mataron, en serio, pero dame cinco minutitos, quizás menos, al toque nomás ya estoy otra vez, no me cagues Lore...

La explicación más cojuda digna de un pajero Nobel, a lo que Lorenita, con su sapiencia y frescura contestó con tono de enfado:

-Qué desgracia, menú chino tenías que ser pues...

Asombrado, Carlitos el pajerito preguntó,

-¿Menú chino, por qué Lore?

Poniéndose la ropa y casi sin mirarlo le gritó...

-¡Porque sopa...y chaufa! ya sal de acá, anda con tus pornos nomás.

Carlitos se quedó sentado en la cama pensando aún en la película de la madrugada anterior, "pero, ¿en qué fallé? ¿acaso no lo hize bien? quién entiende a las mujeres oye..." mientras que lorena bajó inmediatamente sin decirle nada, llegó a la sala y todos bailaban, cuando se dieron cuenta que estaba ahí le preguntaron inmediatamente "¿tan rápido, qué pasó, no me digas que se quedó dormido?", a lo que ella contestó "ni siquiera eso, no duró ni cinco minutos, contando todo, no jodas pues, a mí no me dejan a medias ni cagando, no ha nacido aún el hombre que me deje a medias".

De pronto, pasos cercanos se oyeron, era Carlitos el pajerito que ese día se graduó Doctor Honoris Causa; causa, batería reguetón. O no, mejor dicho, doctor Pajeris Causa, ese le va mucho mejor.

-Lorena, yo te puedo explicar, ven, hay que hablar, no podemos dejar esto así...

Alguien prendió las luces y entonces todos (incluida Lorena) gritaron al unísono...

-¡Eso te pasa por pajero, menú chino!