lunes, 16 de marzo de 2009

La japonesita

Subí las escaleras de la casa de Kenyi y a decir verdad, no lo hize rápido como suelo hacerlo, ésta vez fue mas bien con parsimonia, casi rengueando, con abulia. No estaba tan animado a ir a esa reunión a la que, días antes, Kenyi me había invitado. Es que ya me había hastiado un poco de todo el trajín que implica ir a una reunión o fiesta: Alistarte, comer más temprano de lo normal, trasnochar, levantarte al otro día tarde y mal, etc, etc. No quería, pero bueno, ya estaba ahí y no había manera de volver, y felizmente no lo hize. Seguí subiendo las interminables escaleras, despacito, como si fuera a una emboscada a matar a alguien, sigilosamente, y en mis ojos se descrubrían cada vez más los amplios pasadizos de la casa de Kenyi, las ventanas amplias, los cuadros de algunos pintores famosos, el parquet brillante, un par de puertas con dibujos algo femeninos y por fin, su cuarto.


Era un dormitorio amplio, tenía en una repisa, una colección de muñecos de varios dibujos animados que coleccionó desde que tenía 3 o 4 años, era muy aseado, su cuarto estaba impecable, parecía el de una mujer y eso a veces nos asustaba. Tenía una cama de dos plazas que sus papás le compraron porque sabían cómo dormía: En diagonal y con los brazos extendidos,casi sin dejar libre un espacio de la amplia cama; tenía una computadora personal en su escritorio, una lamparita y sobre él, un libro de Antonio Santa Ana: Los ojos del perro siberiano.


Él era callado, o tal vez callado no, solo que hablaba cuando era necesario, también era de esas personas que tenía el chiste perfecto en el momento indicado, nunca decía nada de más. Era mi amigo desde que teníamos 6 años, en el primero de primaria y desde entonces fuimos inseparables. Pero la historia con él cambiaría ese día.


Tenía una hermana. había venido pocas veces al Perú pero hablaba el español perfectamente. Ella vivía con su papá allá y la verdad es que yo no sabía nada de ella hasta aquel día en que la vi cuando entré al dormitorio de Kenyi.


-Kenyi, hermano.


-Ya era hora Uzielito, ya era hora, tu siempre tarde.


-Lo siento hermano, el tráfico, tu sabes como se pone a estas horas.


-Ya pues, haste el sueco, en fin, coge una almohada y siéntate por ahí, ponte cómodo.


Empezé a saludar a todos, primero a los conocidos, que eran la mayoría, cuando de pronto mi mirada se detuvo fijamente en los ojos razgados de una niña, de piel blanca y lozana, mirada turbadora y narizita perfilada. Ella sostuvo unos segundos la mirada, yo no la bajé, aunque no puedo negar que tenía verguenza, pero por nada del mundo iba a bajar la mirada. Estuvimos así casi 10 segundos, interminables, descubridores,benditos. Luego supe quién era.


-Uzielito, cuidado con tu vaso de gaseosa oye.


-Ah? si, si, si...


-Oye no me digas que no te acuerdas...


-De qué?-constesté algo ensimismado.


-Kimiko. Ella es Kimiko, mi hermana. Oye, párate y salúdalo Kimiko, tu tampoco te has acordado.


-Tu eres Kimiko?...vaya que has crecido...


-Y tu sigues como te dejé, solo que más alto, aunque de ti mucho no me acuerdo Uzielito.


-Claro, eras una niña...


-Solo era menor por dos años oye, no te hagas el sueco tu tampoco.


-Igualita al hermano oye...


Nos distensamos. Kimiko era de las personas que sabía romper el hielo rápidamente, de las que solucionaba todo con una sonrisa; Kimiko sonreía hermoso y tenía una inteligencia brutal. Esa noche conversamos sobre economía, música y hasta de televisión, no le sentía algún acento japonés, al contrario, yo la molestaba y le hablaba raro.


-Oye, señolita japonesita, palece una gueisha loquita.


-Ay Uziel, ya pues.


-Kimiko 'Chan.


-Bueno! algo de japonés tenías que saber!


-Ves? tan bruto no soy.


Me gusto desde la primera vez que la vi y de hecho, yo no podía expresarle nada aquella noche pero fue como una de esas fuerzas extrañas, un misticismo a prueba de balas. La noche se fue perdiendo poco a poco y la conversación era interminable, era demasiado interesante, esos ojos razgados levemente, su cabello lacio y su sonrisa dulce, su sencillez, su perspicacia, sus ademanes, sus gestos, ella misma, era ella misma.


Eran casi las 5 de la mañana y seguíamos hablando, y sé que a ella también le gustaba hablar, porque siempre proponía un tema nuevo e inciábamos la discución. La japonesita me intimidaba. Sabía cómo hacerlo, sabía cómo hacer que me ponga nervioso, aunque era como si recién la conociera, como si hubiéramos vivido toda una vida juntos pero recién nos viéramos. Cuando me despedí le di un beso en la mejilla e inmediatamente le pedí su celular y su msn para no perder el contacto, que, obviamente no se iba a perder porque siempre iba a casa de Kenyi, pero , no solo iba a ir a buscarla a ella, no podía pecar de ovbio.

Ojalá y todo fuera como antes, japonesita.

Los días siguientes a esa reunión fueron similares. Nos veíamos a escondidas y felizmente Kenyi no sospechaba nada, todo iba bien, hasta que después de algún tiempo de conocer más sobre ella y luego de varias salidas informales, la invité a salir formalmente. Fue difícil, yo no sabía expresarme muy bien, era algo torpe con las palabras, y ella me intimidaba, me era difícil pero para la primera salida oficial ya tenía ideas rondandome la cabeza.Quería algo original, algo fuera de lo común, así que decidí llevarla todo un día de viaje, al sur, salir muy temprano y regresar casi cuando el sol haya puesto. Esa fue la primera gran salida que tuvimos.

Era invierno, fines de julio para ser exacto, Llevamos mucha ropa, la japonesita siempre se vestía bien, su ropa iba con su cuerpo y su cara, con su personalidad, amaba que se vista así, amaba sentirme cerca de ella. Salimos a las 7 de la mañana con una serie de pretextos que no recuerdo, había mucha bruma y teníamos algo de sueño, los pasajes ya estaban comprados, cada uno llevaba una mochila con algo de ropa, agua, galletas y cámaras de foto, MP4 y celulares; subimos al bus, ella me pidió el lado de la ventana y aunque yo siempre he viajado a ese lado, por ella no lo hize. La japonesita estaba cansada, hablamos un rato en el camino y luego se quedó dormida. Yo cuidaba de cada movimiento suyo, de cada respiro, de cada gesto que hacía mientras dormía. Tenía una forma especial, sublime para dormir. Ponía su mano derecha muy cerca de su cara y con la otra se abrazaba un poco, como escapando del frío. Yo no quería intentar nada, no quería arruinar nada, aunque me moría de ganas de abrazarla, y dormir con ella, hasta que de pronto abrió sus ojitos mientras yo la miraba...

-Me estás viendo?-Dijo sonriente y algo aletargada.

-Lo siento, yo...

-Shhh, no digas nada Uzielito, ven, acomódate más acá.

-...

-No tengas miedo, yo sé que puedes sentir lo mismo que yo, mira la bruma, no es preciosa? no quiero estar tan sola.

-No vas a estar sola Kimiko, nunca.

-Me lo prometes?

-Toda la vida.

El corazón me palpitaba a mil, estaba durmiendo con ella, la abrazaba, sentía su respiración, hasta lo que soñaba...era realmente increíble.

Bajamos en una playa casi desierta, donde muy poca gente llega, tiene la tranquilidad que solo tiene el mar cuando está en quietud. allí estuvimos, jugando, comiendo, divirtiéndonos, a pesar del frío, a los dos nos encantaba la idea de la playa en invierno. Después me di cuenta de que no fue un desacierto haber elegido ese lugar.

Al atardecer, el momento clave se acercó, yo tenía pensado hacerlo pero no me atrevía, no sabía cómo empezar...es que a veces soy muy torpe para eso, y echo a perder a grandes personas por mi torpeza, no quería que eso pasara, porque Kimiko era demasiado importante para mi.

Me senté a su lado y balbuceé algunas palabras...

-Cierra tus ojos y siente cómo la resaca del mal te hace sentir que estás viva por adentro...

-Lo puedo sentir, es genial.

-Abre tus brazos, sigue con tus ojos cerrados, imagina que puedes volar...

Le susurraba al oído las palabras que sentía y mientras más se intensificaba el momento, más nervioso me ponía, la japonesita me dio las llaves para ser feliz, pero también se las llevó.

saqué de mi bolsillo una hoja en la que había escrito un poema para ella. Seleccioné el mejor, le había escrito muchos, pero le di el mejor, se lo puse entre los dedos en una mano, y en la otra, le puse una flor que conseguí haciendo algunas cosas que no vienen al caso contar. La japonesita tenía en una mano el poema, y en la otra, la flor, le pedí que abra los ojos, yo estaba enfrente de ella, me miró, cerró los ojos y me dijo...

-Yo también te amo Uziel.

Había entendido perfectamente todo lo que estuve interpretando con cada gesto, con cada palabra, con cada acción, sabía mis movimientos, me estudió desde el primer día. La japonesita me quiso desde que me vio, y con esa frase me lo demostró. Ella sabía que cada cosa que yo hacía era para agradarle y aunque a veces no me saliera, aunque a veces sea demasiado torpe al hablar o al expresar lo que sentía, me gustaba la idea de enamorarla escribiéndole.

-Necesito algo para que mi cuento termine feliz...

-Qué necesitas?

-Que la princesa diga sí.

-Te amo, eres tan lindo...claro que sí!

Abrí mis ojos, y la miré a los suyos, pasé suavemente mis dedos sobre sus mejillas, se ruborizó, me acerqué, le dije que la amaba y la besé por primera vez, corrió un viento helado que poco a poco se tornó más cálido, las olas rompían en los peñascos y la resaca traía algún te quiero de la profundidad, alguna palabra alada que se depositaba en cada corazón.
El camino de regreso fue indescriptible. Veníamos abrazados, mirando por la ventana todo lo que nuestra vista divisaba, hablabamos poco, nos mirábamos, nos sentíamos bien, la besaba, era perfecto. Llegamos a Lima a las 8 de la noche casi y en un taxi llegué a su casa; tocaba la parte más dificil: explicarle a Kenyi. Felizmente lo entendió, la verdad es que yo pensé que me iba a golpear y a dejar más hinchado de lo que ya de por sí estaba, pero felizmente no, le expliqué e inutilmente desvarié entre palabras sin sentido cuando de repente me paró de golpe y me dijo una frase que la tuve un buen tiempo rondando por mi cabeza: "Si le haces algo, te juro que te saco la mierda". Lo había entendido todo, ya no había más problema, me felicitó, me abrazó, y fuimos a comer algo. Era la culminación perfecta para el mejor día de mi vida.
La japonesita siempre llevaba mi poema a donde sea. Lo tenía en su cuaderno, en su cartera o en su bolsillo, nunca lo dejaba, nunca lo perdió, hablábamos siempre, pasaba a buscarla a la salida de la universidad, nos íbamos a comer o a hablar, pero, curiosamente, nunca nos aburríamos. Teníamos miles de temas de conversación de todo tipo, me contó hasta lo más íntimo, que sus papás se habían sido infieles mutuamente y que una vez ella encontró a su mamá con otro hombre en su cama cuando ella llegó sorpresivamente de un viaje corto que hizo a una provincia al norte de japón. Así pasaron 6 meses, hasta que ocurrió lo que hasta ahora me cuesta y me duele recordar.
Estábamos felices, todo nos iba bien, pasamos inicio del verano juntos y estaba feliz porque no iba a viajar a Japón por sus vacaciones, enero estaba con su esplendor solar y los días libres, la podía ver seguido y alternabamos horarios con las clases de música y francés, no sospechaba lo que pasaría.
Japonesita, quisiera que estés aquí, leyendo mi historia.
Sábado de playa, nos juntamos un buen grupo de amigos y planeamos salir al sur. Algunos se quedarían y otros se regresarían en la noche en el carro de Mateo, un buen amigo al que también ahora extraño. Aquel día, sin presagiar nada, Kimiko y yo hicimos el amor por primera vez. Estábamos en la casa de playa de Ezequiel con los demás, de pronto, las cosas se dieron, sentimos que era el tiempo y pasó. Fue la demostración de cariño más grande que tuve y que pude dar, en cada beso, en cada caricia y palabra se nos iba ya un pedazo de nosotros poco a poco y el otro se quedaba con él, sentía que ahora vivía en mí como un todo, nos amamos más desde aquel momento. Bajamos a la playa, caminamos, éramos otros, era el mejor momento de nuestra relación hasta que llegó la noche, habían bebido ya bastante y Mateo estaba ebrio. Sin embargo se subieron al carro, yo no quería que Kimiko vaya, ella insistió en que sí, tuvimos una rencilla como no la habíamos tenido hace mucho, a decir verdad, casi nunca. Algo dentro de mí me decía que no la deje ir. Eran las 2 de la mañana y partieron.
Recuerdo que me despedí y le dije "Te veo mañana, cuídate, te amo Kimiko". Ella hizo un ademán y solo me besó la frente. Cuando estaba enojada, me besaba la frente.
El carro iba como una discoteca andante, con música a todo volumen y con Mateo ebrio. De hecho, todos estabamos un poco mareados, habíamos bebido y no estabamos en nuestros cinco sentidos. En plena panamericana, Mateo perdió la visión y no vió entrar a un camión que venía en sentido contrario a toda velocidad, giró todo lo que pudo el timón a la derecha pero fue en vano, el camión por inercia fue a dar a la parte lateral del carro, que dio varias vueltas de campana y terminó varios metros adelante de donde estaba, el camión lo fue arrastrando hasta que lo convirtió casi en un acordeón. Adelante iban Mateo y Kenyi, y atrás Kimiko, Tamara y Julio, los dos primeros, como iban adelante, usaban cinturón, los de atrás no. Kimiko se golpeó el cerebro varias veces y salió, por la fuerza del impacto, disparada por el parabrisa, ella iba al medio, su cuerpo no resistió el impacto y terminó de morir en medio de la pista, con poca respiración y con la inconciencia de todos, dos policías y minutos después, los bomberos.
Murieron dos: Kimiko y Julio, que llevaron la peor parte. Tamara se salvó de milagro, y a Kenyi y a Mateo los salvó el cinturón y el airbag. Recibí la llamada trágica. Quedé perplejo, no lo podía creer. Por algunos meses le tuve pánico al teléfono y a la vez tenía la esperanza ilusa de que ella me llamaría para decirme que estaba bien. Lloré 50 noches seguidas, recordándola, desde el primer día en que la vi, en la reunión, luego la playa, todas las veces que salimos y el primer y último día en que hicimos el amor, tal vez fue premonitorio, logramos consumar nuestro amor, logramos ser uno y ella se fue con todo de mi. Por las noches extraño su voz, sus interminables monólogos de te quieros y te extraños que recitaba para mí, la perfección de su sonrisa, la sencillez de una niña, la simpleza del sol, la complejidad de la luna, era todo lo que pude haber soñado, y ya no está.
Kimiko se fue una madrugada de verano y me dejó el corazón como el de un soldado abatido, como el de un poema sin algún verso. Esa noche, mientras viajaban, kimiko tenía en el bolsillo izquierdo de su pantalón, el poema que le di en la playa, aquel poema que ahora es un puente entre lo tangible que soy yo, y lo intangible pero presencial, que es ella.Me enseñó a sonreir, a hacer las cosas bien, a no enredarme tanto, me dejó sin miedos, me hizo mas decidido, me llevó a su ritmo, me enamoró, me conquistó, me hizo leer mil cosas, comprendió mis miedos, me hizo caminar, me dio aire, me hizo vivir. Te juro que si hubiera tenido el coraje de gritarte y decirte que te quedaras, lo hubiera hecho, pero siempre respeté lo que decidías, siempre, y ahora me arrepiento de haberte hecho caso ese día, porque no debiste irte, porque me haces falta, y siento que tengo gran parte de culpa, y la pena más grande que jamás nadie me pueda sacar.
La historia tuvo el final trágico, de los demás poco sé, fui al velorio y al entierro, escribí mi nombre en la lápida, dejé flores y dibujé un corazón con mis ojos en el mausoleo. Viajé a París porque no pude más con los recuerdos, yo también quería irme con ella y me tomó 4 años y medio escribir esta historia que sé que hubieras querido leer pero sin el final que tuvo.
La japonesita está mirandome siempre, ella guarda cada uno de mis sueños, me dice que me ama y me espera, y yo lo sé, yo lo siento, y se que pronto estaré con ella, más pronto de lo que ella cree...tal vez cuando termine de leer esta historia, ya la haya encontrado y hayamos cumplido todo lo que habíamos soñado.
Te amo japonesita. Te lo juro.
Aún en la muerte tus alas no se han cortado y tu alma puede llegar a mi, como siempre, y haya tenido el suficiente material para escribir nuestra historia.

jueves, 5 de marzo de 2009

Herejía

el cuarto inclemente está lleno de recuerdos
no deja ni un espacio para matar el tiempo
y corren como almas,mustios vuelan mis recuerdos
el día del verano en que yo te conocía.
se callaron las palomas,los jilgueros no cantaban
el último latido del abrazo de tu voz
me dice que de pronto todo esto ya se muere
te pierdes poco a poco,no te veo,yo sé ver.
aun el tiempo cuando pasa me dibuja una trampa
la vida no sabe ya sin ti pues nada bien
tu espíritu tan frío aún lo siento a mi lado
y siento como soplas con el viento tu amor.
se me acaba el corazon me duele tanto, tu no estás
el cuarto inclemente pierde notas de canción
la última te hize y quería que la veas
que nunca más te olvides de cuánto viví por ti.
ahora que has cambiado todo esto es más dificil
las olas no dibujan en la orilla tu rostro
y extraño el crepúsculo a tu lado cada tarde
me duele porque el mundo camina girando así
conocerás los príncipes de los reinos mas preciados
volarás junto a Dios tratando de vivir
ellos y el lino fino de sus ropas te merecen
tal vez y yo no fui eso que esperabas para ti
me toca recordarte desde un puerto tristemente
las aves ya no vuelan como antes cuando estabas
el sol ya no tiene ese fuego en su mirada
que tu con tu sonrisa eras capaz de prenderme
voy como un jinete en huida cabalgando
esta noche fría aún caminaré
y a orillas del recuerdo en una piedra estaré sentado
esperando lo que algun día
nunca podrá ser.
el cuarto inclemente está lleno de recuerdos...y aún te siento adentro...adentro de mi.