sábado, 8 de enero de 2011

No siempre es perfecto (a pesar de ti)

Tarde de verano. El cielo aún reflejaba sobre las calles los últimos rayos del sol que cada vez se hacían más débiles; en la ciudad, las pistas olían a caucho que se mezclaba con el vapor que dejaron los casi 35 grados de calor del mediodía, los carros, las bicicletas, la gente caminando, todo tan normal, todo tan igual, y por la calle, Santiago, carajo, estoy demasiado tarde, ya me debe estar esperando. De pronto el celular suena, ya mi amor, ya voy a llegar, es que el carro se ha tardado, mentira, es que te has ido a pie para ahorrar el pasaje y juntar dinero con el que puedas comprar tu regalito del mes.

La esquina de la calle Madreselva llena de sombras por los grandes árboles que están a los lados de la calle, en una esquina más ovalada que cuadrada esta tu academia de inglés, teníamos que llegar antes de que empiecen tus clases porque tu profesor jode, ¿no amor?, sí, es un pesado, pero no importa porque la pasé contigo, Santiago.
Se despidieron como siempre con un beso en la boca, sin prisa, sabían que se iban a volver a ver al siguiente día y que todo este suplicio de no estar juntos tanto como quisieran se iba a acabar cuando vuelvan a Lima. De pronto, en una esquina, mientras que se daban el adiós, un tipo de camisa celeste y cabello corto, de ojos grandes y porte robusto los observó muy cerca, casi radiográficamente, a ella primero y cuando se alejó se quedó con la mirada impregnada en él. Su cara reflejaba la incertidumbre del que trama algo, del que piensa rápido, del que quiere avisar a alguien. Cuando Santiago volteó a los pocos segundos, ya no había absolutamente nadie en la esquina, el tipo de la camisa celeste estaba solo, tenía un celular en la mano y de pronto desapareció, sin preocupación se puso a pensar, qué buen día, gracias por el libro mi amor, lo leeré cuando termine el que ahora leo, me encanta que te guste leer tanto como a mí, amor.

Cruzó las dos pistas de doble vía de la avenida Cutervo, una mototaxi casi lo arrulla, pasó cerquísima a él. El semáforo se puso en rojo y al fin pudo terminar de cruzar para seguir de frente por la calle Jacintos, donde antes de ver a su chica compró una cajetilla de cigarrillos en una tiendita cuya señora fue muy amable, esta es una calle segura, pensó. De un momento a otro se abstrajo del planeta, estuvo ido, Santiago pensó en su chica, sacó del bolsillo inferior de su bermuda la cajetilla, había un vientecito fresco que le tiraba para atrás el cabello y le provocó fumar. Se quedó parado un momento y encendió el cigarrillo después de varios intentos, abrió el libro y se puso a ojearlo mientras con la otra mano sujetaba el pucho, el reproductor estaba en 'play', escuchaba un disco en vivo de los Cafres, Luna Park, carajo qué buen disco, qué ganas de fumar hierba, qué buen día.

Ese momento fue el acabóse.

A la mitad de la calle, como nunca Santiago caminó por la vereda, no pensaba en absolutamente nada y de pronto siente una mano que sujeta su cuello con fuerza, inmediatamente y aún adormecido por sabe Dios qué carajo, se rió y volteó hacia su lado derecho, carajo, quién es, quién está jugando así, jajá. Sus ojos giraron y de dieron con la hoja metálica y sucia de un cuchillo más grande que el de cocina de la abuelita Ruperta. Un sabe de proporciones enormes, inmediatamente llevó sus manos hacia su oreja para sacarse los audífonos y poder oir, a sus dos lados dos tipos, el que tenía el cuchillo era más alto que él, polo colorido, sucio, la cara con cortes, aretes, presionó el cuchillo contra su pecho.

-Cállate mierda, ya perdiste, saca todo lo que tienes-Dijo lentito el cholo.
-Puta madre, ya perdí, ya fue-Dijo Santiago-. ¿Qué más tengo? ya lo sacaste cholo reconcha de tu madre, pensó.
-Cállate huevonazo te he dicho-Su cuchillo se hundía cada vez un poco más en el pecho de Santiago, la presión de su brazo atenazando su cuello-. Te voy a matar hijo de puta. Los bolsillos de abajo, los de abajo!
-No me cagues, bart- Dijo Santiago tranquilo, sin oponer resistencia-. Yo te voy a dar todo, llévatelo, fresh, pero, un favorcito, déjame el chip, mis documentos, no me cagues...
-Cállate concha tu madre-Gritó por tercera vez el cholo-. O te clavo mierda, rápido, todo.

Sacaron en un santiamén el Nextel, un Mp4 y la billetera con absolutamente todos los documentos. Subieron a una mototaxi verde cuya placa no pudo ver, era muy difícil atinar a algo en ese momento, tenía una confusión enorme en la cabeza y aún le quedaban espasmos de letargo que se reflejaron cuando vio que los rateros se alejaban raudamente y en la calle ni un alma, nadie, y si hubieran visto igual, qué chucha, a nadie le importa, así siguió caminando como si nada hubiese pasado, abrió el libro, lo volvió a hojear, le dio una pitada al pucho que estaba fumando y al llegar al parque del reservorio, lo tiró inmediatamente al pasto sin apagarlo, tenía un sabor de mierda, un sabor a confusión, a ira, a sueño, a nada.

-¿Qué, cómo así, estás bien primo?
-Creo que sí, se llevaron todo, solo me dejaron este celular que por suerte no advirtieron-dijo Santiago-. ¿Si me asusté? no, es más, no creo que me haya pasado, estoy soñando.
-Tienes que ir a denunciar en el acto-dijo furiosamente la prima Cucha-. Por eso es que roban y roban y nadie denuncia y jamás hay policías. Un cuchillo grande, Dios mío, tú seguro con los audífonos, eres un exibicionista, primo.
-En Lima jamás me pasa esto, esta ciudad está salada, Ica no me quiere-protestó Santiago-. Salvo por ella, pensó, salvo porque la veo siempre y me hace feliz. Sonrió de pronto.
-Vamos a la comisaría, allá en la avenida J.J Elías, rapidito nomás, por tus documentos, quizás después te involucren con cualquier mafioso- se apresuró la Cucha.
-Carajo, tanta cosa, bueno vamos pues, pero acompáñame y...-Santiago puso cara de confusión y súplica-. Préstame el pasaje, no me dejaron ni reintegro.

La fachada verde agua, no más de un metro de altura, una puerta de rejas negras, algunos fierros oxidados, a continuación, un patio grande y recién la puerta principal que no existe, Santiago y Cucha entraron rápidamente, a la derecha un cuarto dentro de los cinco que hay en la primera planta, en todos, máquinas de escribir, computadoras y grandes cuadernos forrados con lustre verde, en todos movimiento y caras espantosas, cholos de mierda, rateros conchasusmadres, muéranse todos, pensó Santiago. En aquel cuarto un policía uniformado salió al encuentro.

-Jefe, vengo a hacer una denuncia- dijo Santiago con voz firme.
-¿Sobre qué?- el policía se tocaba el quepí, la camisa estaba medio salida-. Robo, de qué.
-Celular, mp4, billetera con todos los documentos, todo.
-Suba al segundo piso, el primer cuarto de la mano izquierda, buenas tardes.

No tienen ni mierda de buenas, pensó Santiago. Las caras se confundían y las miradas eran cada vez más densas, infundían miedo, acollonaban. Subió las escaleras que tenían barandas de madera medio apolilladas, a la izquierda, carajo, esto deprime, parece hospital público.
El cuarto era grande, el color de la pared mostaza, en el medio se notaba la humedad, álgunos manchones, enfrente de la puerta de entrada, una gran ventana que daba a la calle y que estaba rota, probablemente por una piedra o algún puñetazo, pensó y re pensó Santiago, qué carajos hago acá, cholos de mierda, choros de mierda, cholo, choro, la misma huevada es.
Doce computadoras, seis escritorios, dos computadoras por escritorio, al fondo otra puertita más pequeña, un señor de peinado colosal y bajito, con cara detectivesca y lentecitos entraba y salía con papeles y apuraba a la gente. Todos vestidos de civil, ni uno con pinta de policía, cholos, cholos y más cholos.

-Quiero hacer una denuncia, es sobre un robo y me dijeron que aquí...-se apresuró Santiago.
-Siéntate, espera un momento, estoy tomando otra manifestación-dijo el tipo de la máquina de escribir que estaba en el medio de todas. Un hombre bajito, una camisa marrón D&G, seguro de 10 soles pensó Santiago. Tenía más apariencia de ladrón que de policía- Siéntense.

Una camioneta con lunas polarizadas frenó en seco en la puerta, Cucha y Santiago fueron a la ventana de donde se podía ver la avenida J.J Elías, que ahora tenía doble pista, que estaba bien asfaltada, bien pintaditas las líneas de amarillo, cómo avanzan no, el progreso es una mierda, progresar no es más cemento, es más seguridad, ineptos, corruptos de mierda, si yo fuera presidente, Santiago cálmate, siempre te enojas solo en tu mente.
Nombre, Mario Martínez, edad, cuarenta años, qué hacía por las inmediaciones del Puente Grau, nada jefecito, no he hecho nada, suélteme pues, no sea malito, no sea así. Un oficial le tomaba la declaración mientras él se sentaba en la banca donde Santiago y Cucha se habían puesto antes. Carajo, revisen rápido, pidan información del sujeto. Así que eres chistosito, no, veremos. Ya pues jefecito, yo no he hecho nada, me hacen perder tiempo, mi nombre es Mario Martínez, ¿Martínez qué?, Martínez Calderón, jefe. Ya pues, tengo que trabajar.

Al otro lado de la calle, un grupo de turistas llegaban con sus mochilas y su andar lerdo. Estaban distendidos, menos preocupados. Entraron a la sala de la infamia, aún no tomaban la denuncia de Santiago, todos estaban abstraídos en sus computadoras, un señor llegó de lejos a denunciar el robo de una llanta y de una jaba de uvas, pobre pensaron, no podrá comer hoy, y encima lo hacen esperar como a perro.
Los turistas se acercaron a una de las mesas contiguas a la puerta de entrada, un tipo de polo guinda y de cara más amable, jovencísimo les tomó la declaración. Carajo, a ellos sí, en fin. Mientras eso, Santiago se acercó a otro tipo gordito que estaba en su computadora. Quiero hacer una denuncia, disculpe señor, estoy en mi día de franco. Carajo, para qué estás acá entonces, ineptos, más de una hora y nada, por eso es que la gente no denuncia pues, Santiago, tienes razón Cucha, gracias por acompañarme, le mando un mensajito a tu amiga si quieres, para que vaya a visitarte después de este desmadre, ya gracias, eso estaría genial.

El robo de una cámara Nikon, profesional, carajo, se han llevado casi dos mil dólares ahí. Al fin se fueron, sentémonos, este joven parece buena gente y ávido a escucharnos.

-Quiero denunciar un robo- Santiago estaba harto de esa frase de mierda.
-Un robo, interesante- Sus ojos circundaron el asiento en el que estaban Santiago y Cucha-. Qué te han robado.
-Celular, mp4, billetera, todo- Santiago puso la cara de enojo más notoria que pudo- Mis documentos, lo más importante.

Se levantó y trajo un cuaderno de 500 páginas, de pasta dura, con el lustre verde de siempre, lo abrió totalmente e hizo tres rayas verticales en el lado izquierdo y una vertical dejando ocho cuadraditos en el izquierdo. Los conté, ¿por qué carajo no usan la computadora?, estamos demás acá, carambolas. Tomó dos lapiceros y una regla.

-Nombre completo-dijo el joven dibujando una línea rara en la hoja.
-Santiago de la Borda- dijo Santiago, seguro, sin vacilar-. 23 años. Lima. 35467890. Celular, mp4, billetera, carné universitario, carné de biblioteca, carné del metropolitano. No, acá no vivo, iba caminando por la calle Jacintos y bajaron dos, me amenazaron con un cuchillo y me quitaron todo, no tomé la placa, sí, subieron atrás de la mototaxi, ajá, rumbo al parque del reservorio.
-Nada más, mañana pagas al banco de la nación y vienes para que te den la copia de la denuncia y tramites tu DNI- Se despidió la voz del joven.
-¿Y qué hay con mis cosas?-Santiago protestó. Es difícil encontrarlas, no tenemos sospechosos, ese de allá, el tal Mario Martínez ha convencido a los guardias, hizo un trato y ya va a salir porque no tienen pruebas, pero segurito ha robado, así estamos de jodidos.
-Carajo, o sea que ninguna esperanza- dijo santiago-. Al menos patrullen más la zona, siempre hay voces de que han robado acá, mototaxis, motos comunes, siempre y ustedes acá rascándose las pelotas. Tome en cuenta mi pedido y patrullen la zona, cuándo se ha visto que en San Isidro, que siempre ha sido un barrio tranquilo, pasen estas cosas.
-Lo tomaremos en cuenta, no se preocupe, buenas tardes joven.
-Por cierto, ¿por qué todas las denuncias las hacen a mano y en ese cuaderno. Y las computadoras? - Se intrigó Santiago.
-Es que no hay tinta, todo tiene que ser a mano nomás, así estamos.

Soltó un carajo y pensó, somos la última rueda del coche, cada día vamos de mal en peor. Dos horas casi para hacer una denuncia de diez minutos, Cuchita, así estamos primita, qué desgracia, qué jodidos estamos. Bajaron del cuarto por la escalera fantasmagórica, seguían llegando los detenidos, las caras malditas, de odio, de cólera, cholos apestosos, cara de cuys, resentidos, gozen de mi plata nomás, ya les va a llegar su hora, porque hasta la justicia está con ustedes, que los trae y los suelta. Salieron de la comisaría y caminaron rumbo a las agencias, camino a la avenida Municipalidad, que llega hasta la Plaza de Armas, todo igual, las comisarías son un mundo, es como el hospital pero sin inyecciones. De pronto un mensaje al único celular sobreviviente: Amor qué pasó, recién veo tu mensaje, qué te robaron, puta madre, todo ha sido mi culpa, lo siento, amor. No te preocupes, no tienes la culpa, todo sucede, este país es el que está hasta las huevas mi amor, dos horas para denunciar, ni un policía en las calles, mal trato en la comisaría, poco interés, un cuaderno mal hecho, a la paporreta, la denuncia archivada, todo mal, amor. Pero algo tenemos que hacer, así no nos podemos quedar, revolución, carambolas.

-¿Aló?-contestó temeroso Santiago.
-Santiago, soy Rocca, me enteré de que te han robado, estás jodido, pero yo sé de alguien que acaba de ver tus cosas así tal cual, tu Nextel, el reproductor- Rocca se apresuró.
-Quién, carajo, las puedo recuperar- con esperanza, Santiago- ¿En tumbes?
-Ajá, el mercado negro, la cachina de Ica, eso es la calle Tumbes. Un patita mío ha visto eso que te robaron, ha llegado calientito hace diez minutos, ahí te lo pueden vender fácil a la mitad de precio, aprovecha- animoso, Rocca intentó calmar a Santiago- Si quieres yo te acompaño.
-Vete bien a la mierda- le gritó Santiago-. O sea que me roban y yo tengo que comprar lo que me han robado, ta' que eres pendejo.
-Yo solo quería ayudar- se lamentó Rocca.
-Gracias Roquita, pero a veces eres medio imbécil.

Colgó y siguió caminando con Cucha, vamos a tomarnos algo, gracias otra vez por acompañarme, toda la tarde he estado así, qué estrés, por cierto me ha provocado un cigarrito, es lo único que me calmará ahorita. No fumes primo, peor es, no sé cómo te puede gustar eso.

-Mis puchos- dijo Santiago- ¡hasta se llevaron mis puchos!
-Dónde los tenías-dijo Cucha.
-En el bolsillo de abajo, con la billetera, hasta eso se llevaron estos conchas - Santiago era la resignación hecha persona- solo me dejaron el encendedor.
-Jajajá, por vicioso-se burló tiernamente Cucha.
-Cholitos, morlacos, marrones cara de cuys y la reconcha de sus madres, ni siquiera un puchito, esto es el acabóse- gruñó Santiago-. En este país estamos demás, Cuchita.