miércoles, 6 de mayo de 2009

Te espero en las estrellas

Elisa siempre estaba ahí, desde el primer día en que vi sus grandes ojos y esa risita tierna esperando el bus que la llevaría a la universidad. Elisa es pequeña como mis posibilidades de enamorarla, es pequeña como la canción que compuse hace tres días pensando en ella.
Era mediodía, hacía bastante calor, la vi por primera vez. No recuerdo bien el día porque como todos saben, soy pésimo con las fechas. Estaba en la acera de enfrente y era la primera vez que iba a tomar el bus en ese lugar; desde ese momento, no cambié más de paradero, algo me atraía hacia allá, una fuerza que me dejaba absorto y apresuraba mi ritmo normal cotidiano, que me dejaba exento de inmiscuirme en explicaciones baladíes sobre lo que sentía o pensaba. Es que era ella, ella hacía que sienta eso, que cada día salga con la esperanza, por más mínima que sea, de encontrármela.
El primer día subí con ella, la vi sentarse a tres asientos de donde yo lo hize, me quedé todo el camino impávido viendola, escuchando música en el mp4 y con el calor de una tarde de verano. No tenía ni la más mínima idea de cómo se llamaba, de cuántos años tenía, de qué estudiaba, de dónde vivía y como si eso no fuera ya bastante desalentador, ni siquiera sabía si se había dado cuenta de mi existencia minúscula que la observaba con una voracidad feroz, como si la viera con los ojos de la parte más profunda de mí.
Justo era lo que pensaba. Elisa bajó en la universidad, iba adelante y decidí hacer algo propio del detective más ducho en esos menesteres: Seguir a mi potencial víctima hacia su lugar de destino. Mantuve una proxemia prudente, como para que no se diera cuenta de que la estaba siguiendo (De hecho, ni cuenta de que existía se había dado), cruzé con ella toda la calle y entré al fin a la universidad. Siguió por el pasillo de entrada, pasó por la plaza colindante a la biblioteca, pasó el pabellón principal de la facultad y entró por fin a su aula, primer ciclo de psicología. "Aquí es, al menos sé algo más de ti" pensé casi en voz alta.
Durante toda esa semana nunca se me fue la imagen que tuve de ella desde que la vi, parecía raro pero es como si la hubieran pintado con indeleble en cada neurona, en cada parte del cerebro que permite la memoria, estaba ahí, siempre. Esa misma semana la vi un par de veces más a la salida de la universidad, en las mañanas me volvía a encontrar con ella en el bus pero siempre era lo mismo: La miraba, la miraba, la miraba, no me atrevía a decirle nada. A veces subía con dos o tres amigas más, a veces sola, a veces me volvía a verla y cruzaba mi mirada con la suya, entonces entraba como una lanza a mi estómago una ráfaga de aire helado porque su mirada es tan fuerte que me intimida, y lo hacía más aún cuando la veía así.
Yo quiero decirle algo, hablarle, pero no sé cómo, no puedo, no soy lo suficientemente valiente para decirle que desde que la vi he pensado en ella, me he imaginado el momento en que me diga que sí, he idealizado cada sonrisa como si me la diera a mí, cada mirada, cada gesto, he pensado en que sigue siendo tan perfecta como la vi al principio aunque yo sea tan cobarde y haya siempre algo que me reprima y no pueda hablarle cuando tengo la oportunidad.
Elisa realmente no se llama Elisa. Ni siquiera sé cómo se llama, ni cuántos años tiene, si está con alguien o si piensa en mí igual que yo. No tendría sentido que lo haga porque sigo siendo un ignoto, un foráneo para ella, una persona totalmente alejada a su realidad pero que casi a diario ve. Elisa probablemente nunca lea esto que escribo sobre ella. Tal vez pronto yo muera y ella no sepa que la amé desde que la vi por primera vez, pero quise dejar el comienzo de una historia de la que probablemente jamás sepa el final, o, tal vez yo mismo sea el encargado de escribir y vivir ese final que anhelo con todas mis fuerzas.
Elisa seguirá estando, nos seguiremos viendo por un tiempo más, nos seguiremos citando como dos enamorados que van presurosos a encontrarse en una cita de amor, yo la llamo con el pensamiento, ella tal vez lo sienta y aparezca ahí, donde siempre la quiero ver.
Si llegas a leer esto, si te llegas a enterar de lo que siento por ti, sabrás que esta carta no la escribí hoy, no la sentí hoy y no fue física. Esta carta es tuya, esta historia solo tú puedes terminarla aunque dependa más de mí, pero por favor, si llegas a saber de mí, hásmelo saber, no me niegues la posibilidad de saber que al menos sabes algo. Elisa, dondequiera que estés siempre voy a pensar en ti, me voy a subir a una estrella y allí te voy a esperar...te amo.


De pronto sintió que una fuerte punzada al corazón lo despertó. Gabriel estaba tiritando de frío, había soñado toda la noche, pero no tenía claro lo que se le había pasado por la mente, no lo podía recordar, solo recordó a Elisa, sus ojos grandes y bellos y su sonrisa tierna.
Un doctor apareció para hacerle el control diario respectivo, el cuarto del hospital lucía vacío. A Gabriel nadie lo visitaba, se moría casi solo, como estuvo practicamente toda su vida. Vino a soñar lo que tal vez más anhelo durante toda su existencia: Tener alguien en quien soñar, con quien compartir, a quien amar, y de hecho, la vida le dio esa oportunidad, para que al menos en sueños, haga su sueño realidad; el no sentirse tan solo y tener la esperanza de que alguien le diga "te amo" antes de que muera, o que ese alguien lo saque de la horrible pesadilla que vivía al saber que ya pronto iba a morir.

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